Se diga lo que se diga, al Gobierno español le debe de importar bastante poco el Estado palestino. Si de verdad le importara, no apoyaría con su voto
que la OLP, que no la Autoridad Palestina, pase de ser una ONG con
estatus de observador en la ONU a un Estado con estatus de observador en
la ONU. Y digo que le debe de importar poco porque el país que más
ayuda a los palestinos, Estados Unidos, no sólo rechaza este paso en
falso de Mahmud Abás, sino que se mantiene en su postura de que esta
petición "no quedará sin consecuencias". El Congreso norteamericano
discute ya la paralización de los fondos de ayuda con destino
Cisjordania. El primer ministro de Canadá ha dicho cosas semejantes e
Israel, por supuesto, ha amenazado con dejar de remitir las tasas
arancelarias que recolecta en favor de la Autoridad Palestina. Apoyar
con nuestro voto el que los palestinos sufran una drástica caída de sus
subvenciones y ayudas, la fuente principal de su sustento, es, pues,
empujarlos al precipicio. Claro que, ya se sabe, quien bien te quiere te
hará llorar.
En segundo lugar, a estas alturas de la película catalana, el Gobierno
debe de saber ya que no por declararse uno Estado independiente es, en
verdad, un Estado independiente. Por las mismas, por mucho que la
Asamblea General de la ONU acepte a los palestinos como Estado
observador, tal conceptualización no pasa de lo declarativo y teórico:
hoy por hoy, Palestina sigue dividida en dos facciones antagónicas, Fatah en Cisjordania y Hamás en Gaza, y donde gobiernan los buenos,
esto es, los interlocutores preferidos de europeos y occidentales, no
se dan las características esenciales a cualquier Estado. Es más,
siguiendo el paralelismo catalán, si a Más se le decía que su proyecto
soberanista rompía con la legalidad constitucional, convendría explicar
por qué con Mahmud Abás se hace la vista gorda y se acepta que
unilateralmente rompa el juego y las reglas del proceso de paz, tal y
como se definieron en Oslo. A mí me resulta muy difícil imaginar cómo se
puede avanzar hacia un marco estable, pacífico y duradero –por recurrir
a la verborrea tradicional oficial– sin tener en cuenta más que a una
de las partes. Si de verdad se apoya el proceso de paz y la solución de
los dos Estados se tiene que estar a favor de la negociación y el
diálogo. Sin negociación no se llegará a acuerdo alguno. Y premiar en la
ONU a quien reiteradamente opta por no negociar supone cimentar la
falta de acuerdo.
En tercer lugar, esta operación esconde una grave deshonestidad por parte palestina.
Abás sabe que no va a tener su Estado, se diga, vitoree y vote en la
ONU lo que se diga, vote y vitoree. Busca otra cosa. Por ejemplo, que lo
desentierren políticamente con una foto bonita y una votación de apoyo
para poder defender ante su pueblo que no sólo los de Hamás logran
victorias sobre Israel. Aun peor: a lo que aspira a partir de esa
votación en Nueva York es a poder recurrir al Tribunal Penal
Internacional y denunciar allí a cuantos israelíes se le antoje, a fin
de hacerles la vida más difícil y quedar él como el héroe infatigable
contra la opresión sionista. Lo que quiere es, al fin y al cabo, poder
retirarse con algo que decir sin que le acusen los suyos de corrupto,
inepto y cosas peores. Que su Estado tenga por territorio lo que abarca
su sillón en la ONU, porque las fronteras con Israel no las ha pactado,
ya que rechaza sentarse a negociar, es lo de menos. Mientras se
desentierran los restos de Arafat, Abás cree que lo están enterrando
vivo, y que o espabilda o sus muchos detractores le dejan en la fosa. De
hecho, de no haber sido por los israelíes, ya estaría literalmente en
ella.
En cuarto lugar, esta votación también esconde una historia poco honesta por nuestra parte.
Se diga o no, empujar a los palestinos a un callejón sin salida y a los
israelíes al enfado nada tiene que ver con la problemática de Gaza y
Cisjordania. En realidad se trata de una táctica infantil para aparecer
como sensibles al dolor del pueblo palestino frente a Israel y ganarse
así unos cuantos votos del mundo árabe y musulmán en respaldo de nuestra
candidatura a uno de los asientos no permanentes en el Consejo de
Seguridad, en lo que anda empeñado Exteriores. Es por eso mismo que el
Gobierno sigue sosteniendo la Alianza de Civilizaciones, ese glorioso
invento de Zapatero del que el PP se mofó en su día, o se retrata
entusiastamente en inauguraciones de centros de diálogo interreligioso,
como espléndida muestra de apertura mental a la fe del Profeta.
Paradojas de la vida, la última de estas celebraciones tuvo lugar la
semana pasada en Viena, la ciudad que puso freno al turco defendiendo la
Cristiandad, y que el nuevo centro adopte el nombre de rey Abdulá. De
un centro en Riad con el nombre de Don Pelayo ni hablamos, claro.
Por último, siendo medianamente serios, se podía haber pedido a Abás
que pospusiera su petición porque este no es el mejor momento para sus
piruetas diplomáticas. Hace menos de una semana que llovían los cohetes
palestinos sobre suelo israelí. Cierto, desde la Franja de Gaza,
dominada por los terroristas de Hamás; pero no es menos cierto que el
atentado contra el autobús de Tel Aviv se planeó y originó en
Cisjordania, bajo las instituciones de la Autoridad Palestina. Se podría
recordar que hace un año Abás intentó lo mismo en el Consejo de
Seguridad y sufrió un estrepitoso fracaso; si ahora repite es porque
cuenta con el apoyo de las decenas de miembros no democráticos de la
ONU. Que le concedamos el apoyo que nunca ha conseguido a cambio de un
plato de lentejas y de poder sentarnos en el referido órgano, que,
precisamente, le negó lo que ahora le regalamos, resulta poco
edificante. Que la concesión de la nacionalidad española a los sefardíes
que así lo soliciten se haga coincidir en el tiempo, como una
compensación a la comunidad judía, no es sino una burda maniobra poco esperanzadora.
En fin, que se quiera justificar lo injustificable
aduciendo que es "lo tradicional" de la diplomacia española requiere una
explicación, cuando menos. ¿A qué diplomacia se hace referencia, a la
de Franco y la tradicional amistad con el pueblo árabe o a la del Zapatero de kefia al cuello?
Sinceramente, creo que ha llegado el momento de que España abra de una vez por todas los ojos
y abandone su tradicional, esta vez sí, actitud cortoplacista y defina
sus intereses nacionales con la debida amplitud de miras. En el Norte de
África y el Oriente Medio, desde Marruecos a Afganistán, nuestros
intereses estratégicos coinciden con nuestros valores, a saber,
tolerancia religiosa, libertad económica, igualdad entre hombres y
mujeres y oportunidades y progreso para todos. Cuanto hagamos, que sea
dentro de esos ejes cardinales. Lo que debe preguntarse el Gobierno en
este tema no es sólo si se allana nuestra marcha hacia el efímero
estrellato del Consejo de Seguridad, ni si se acerca o no la realidad
del Estado palestino, sino si favorece el clima de entendimiento, la
aceptación del otro, la apertura mental y social, o no. La respuesta es,
desgraciadamente, no. Peor aun: se castiga al único país en toda la
zona que sí vive y asume lo que nosotros deberíamos preconizar para
todos. No en balde cada vez que se pregunta a los palestinos de
Jerusalén Este si prefieren vivir en un Estado palestino independiente o
continuar siendo árabes-israelíes, optan abrumadoramente por lo
segundo. No seamos más palestinos que los propios palestinos.
Fuente:libertaddigital.com