Desde " Casa de Israel " trabajamos para hacer frente al antisemitismo , la judeofobia y la negación o banalización de La Shoá ( Holocausto) . No olvidamos las terribles persecuciones a las que fue sometido el pueblo judío a través de los siglos , que culminaron con la tragedia de La Shoá . Queremos tambien poner en valor y reconocer la fundamental e imprescindible aportación de este pueblo y de la Instrucción de La Torá , en la creación de las bases sobre las que se sustenta la Civilización Occidental.
Hoy 29 de Octubre se celebró en el Hotel Gastronómico Casa Rosalía en Brión, cerca de Santiago de Compostela, la Asamblea anual de la Asociación Galega de Amizade con Israel.
Pedro Gómez-Valadés, Presidente de la Asociación, presidió la Asamblea
La Asamblea de hoy fue tremendamente emotiva, ya que se despedía como Presidente de AGAI Pedro Gómez - Valadés después de 16 años al frente de la Asociación. Renunciaba debido a problemas de salud que le impiden continuar con esa responsabilidad.
Desde Casa de Israel y el responsable de este blog, miembro de AGAI, queremos agradecer a Pedro su trabajo infatigable y su compromiso con la causa de defender a Israel. Por su calidad humana, su saber estar, su amabilidad con todos los miembros de la Dirección de la Asociación y con todos los socios y amigos de AGAI, se hace merecedor de todo nuestro respeto y sabemos que va a ser muy difícil llenar el hueco que él deja.
Nadie de nosotros es insustituible, pero hay personas como Pedro que dejan una huella imborrable.
¡¡ Gracias javer חבר Pedro !!
Maribel Ferreiro. compañera de Pedro y miembro de la Dirección de la Asociación como Tesorera, deja también su cargo en AGAI.
Gracias Maribel por tu trabajo y por el gran apoyo que fuiste de Pedro para que él pudiera realizar hasta el día de hoy su cargo de Presidente de una manera tremendamente eficaz a pesar de sus limitaciones.
Pedro Mouriño miembro de la Dirección de AGAI deja también su cargo. Gracias a Pedro también por su trabajo y por manifestar su compromiso de seguir siempre a disposición de la Asociación y lo que es más importante, su compromiso inquebrantable en la defensa de Israel.
Después de aprobar y comentar los puntos habituales de la Orden del Día, haciendo repaso de las actividades realizadas durante los últimos cuatro años, ratificándose en la defensa de Israel y la lucha contra el antisemitismo, se procedió a nombrar una nueva Dirección de la Asociación.
La nueva Dirección de la Asociación quedó constituida por
Carla Reyes Uschinsky como Presidenta, Alfonso Vázquez Monxardín como Vicepresidente, Andrés PavónRamírez como Secretario, Abel GarcíaLópez como Tesorero, José Edelstein como vocal y Pedro Gómez - Valadés como vocal, que sigue en la Dirección tras renunciar a su puesto de Presidente. Dentro de sus posibilidades Pedro va a aportar toda su experiencia a la nueva Dirección.
Terminada la Asamblea se realizó una comida de confraternidad
Carla Reyes es la nueva Presidenta de AGAI, a la que deseamos lo mejor en su nueva responsabilidad. En la comida con José Edelstein, también nuevo miembro de la Dirección.
A continuación un pequeño reportaje de la comida que compartieron los miembros y amigos de AGAI en el Hotel Gastronómico Casa Rosalía
Norman Lebrecht escribe e hilvana la historia de Freud, Proust, Sarah
Bernhardt, Marx y la élite que cambió la cultura, la economía y la
ciencia de Europa durante el periodo 1847-1947
Genio y ansiedad , de Norman Lebrecht (Alianza Editorial) incluye
en sus primeras páginas la historia del director de una escuela judía,
una yeshivá en Vilna, que descubrió en algún momento de los años 20 que
sus alumnos ya no estaban concentrados en la Torá como tal vez porque
pensaban todo el tiempo en el fútbol . Aquel rabino era un hombre
curioso y abierto, de modo que, para recuperar a sus pupilos, empezó a
frecuentar los partidos. Después de algunos días de estudio, se dirigió a
la clase: "He resuelto el problema", dijo. ¿Cuál problema? ¿Cómo? El
problema del fútbol: "Que le den una pelota a cada equipo y no tendrán
nada por lo que pelearse" .
"Parece que la
anécdota fue real. Y, en cualquier caso, es muy significativa: ese
rabino dio con una manera diferente de abordar la realidad, de cambiar el marco a una pregunta
. Nadie había pensado en el fútbol como un problema. Y si lo hizo un
judío, creo, fue porque hay una tradición de miles de años de cultura
talmúdica que consiste, básicamente, en cambiar las preguntas", explica
Lebrecht desde Londres. Y entonces empieza con su divina divagación :
"Einstein hizo lo mismo que ese director de escuela. Tuvo la audacia de
desafiar lo que se daba por hecho. Einstein, en realidad, se había
criado como un judío asimilado, absolutamente laico. Pero, a los 11,
pasó algo, no sabemos qué, y exigió a sus padres que la familia se
comportara como estrictos judíos.Sus padres le siguieron el juego durante nueve meses, más bien con fastidio, hasta que se le pasó el fervor
Genio y ansiedad consisten
en eso, en una ilación de vidas judías europeas, entre 1847 y 1947, que
van conectando unas con otras y, por el camino, narran la gran
revolución cultural del mundo del siglo pasado: la historia de Sarah
Bernhard desemboca en la de Marcel Proust que lleva a la de Freud :
después la de Freud lleva a lleva a Helena Rubinstein, la pionera de la
industria cosmética de masas, y de Rubinstein pasó a los primeros
banqueros de inversión y de ahí a Kafka, a Benjamin Disraeli , al
inventor de los anticonceptivos, a Einstein... El libro de Lebrecht,
novelista e historiador de la música clásica, es una especie de Mil y
una noche hecho ensayo.
¿Cuál es la
hipótesis? "Tres docenas de personas cambiaron la manera cómo vemos el
mundo entre 1847 y 1947 y un tercio de ellas eran judíos. Las más
iconoclastas de ellas eran judíos. ¿Cómo es posible? Si miramos la
proporción de judíos en el mundo, es una frecuencia absurda .La
explicación más habitual dice que la creatividad de los judíos en esa
época responde a la energía liberada desde que se abrieron los guetos,
pero esa hipótesis no cuadra bien cronológicamente. gran boom judío
empezó más tarde, a mitad de siglo. Dos generaciones después, y en Rusia
aún tardó mucho más. Tuvo que haber algo más. Creo que lo verdaderamente importante es la energía liberada en el contacto entre la genialidad y la ansiedad. Freud, Kafka, Proust... todos tenían una alarma interna, un presentimiento de la fatalidad y
eso los condicionaba. Muchos de los experimentos y las tesis de Freud
eran muy imprudentes, pero eso era porque él pensaba que quizá no
tuviese mucho más tiempo de investigar".
Como
si fueran ramificaciones de esa teoría general, el libro de Lebrecht,
ofrece pequeñas claves que permiten entender a los protagonistas de su
libro desde el judaísmo: "Karl Marx dedicó su vida a refutar el
judaísmo, consideraba a los judíos como parásitos. Su padre se había
convertido y había negado su identidad judía. Su madre, en cambio, nunca
se bautizó y debió de transmitir a Marx mucha más cultura judía de lo
que creemos; si lo leemos con atención nos damos cuenta de que se
refería a códigos judíos muy íntimos, costumbres que
sólo se pueden conocer a través de la familia. La manera de decir una
bendición después de lavarse por las manos, por ejemplo, aparece en sus
escritos. Eso no se aprende en los libros. Con Freud pasa algo parecido:
refutó su judaísmo pero conservó entre sus tesoros más íntimos una Torá
que le regaló su padre y que tenía una dedicatoria en hebreo 'para
Shlomo', o sea, la versión judía del nombre Sigmund. ¿Por qué suprimió esa parte de su identidad? Ahí está la clave de la ansiedad".
Entonces,
¿nos perdemos algo los lectores gentiles de Kafka, Proust, los oyentes
de Gershwin y Alkan, por no tener esos códigos? "No. La angustia
es universal. Puede que un judío tena alguna ventaja para hacer un
ensayo sobre la angustia en Kafka, pero el sentimiento lo entendemos
todos igual. Chaim Azriel Weizmann, el primer presidente de la
República de Israel, dijo que los judíos son como todos los demás
humanos, sólo que más".
El
texto de Lebrecht es tan amplio como la experiencia humana. Pasa de la
piedad religiosa a la historia del capitalismo; de Wagner a Picasso, de
las guerras culturales a la sexualidad. Y hay mucha sexualidad en Genio y ansiedad: Lebrecht aventura que la escandalosa Carmen de Bizet era una sevillana secretamente judía,
presentada como gitana por un convencionalismo romántico; su hilo lleva
hasta Sarah Bernhardt, hija de una prostituta y mujer de enésimos
amantes. "Aunque en Sarah Bernhardt, el sexo es el medio y la fama es el
fin. Sarah Bernhardt inventó la fama como la conocemos hoy.
¿Por qué? Porque ser famosa era su manera de protegerse. 'Soy Sarah
Bernhardt, no podéis tocarme'. De nuevo, hay un trasfondo de ansiedad en esa actitud innovadora".
El
tema de la sexualidad lleva entonces hasta Viena, la ciudad de Freud,
pero también la de Magnus Hirschfeld. "Hirschfeld fue la primera
persona, por lo que sé, que habló de la homosexualidad fuera de un marco
de criminalidad. De nuevo, estamos ante judío que cambió la pregunta: ¿por qué es antinatural la homosexualidad?",
explica Lebrecht. Junto a Hirschfeld y Freud, su libro identifica a
otro personaje central en la revolución sexual del siglo pasado: Arthur
Schnitzler, el autor de Relato soñado, una especie de Don Juan
judío en la Viena de 1920. "Freud identificó la sexualidad como fuente
de angustia y Schnitzler llevó a la práctica sus investigaciones con
innumerables aventuras sexuales que registró en sus diarios. Fue su
investigador de campo".
En
la historia de Lebrecht, hay una ausencia obvia: España no aparece. No
es culpa del autor, por supuesto. "España y Portugal son como dos
agujeros en la historia de Europa. Son dos países que estuvieron fuera
del progreso del mundo durante siglos, más allá de las aportaciones
puntuales. Es inevitable preguntarse si eso tiene que ver con la expulsión de los judíos,
hacer un poco de historia alternativa: ¿qué habría pasado si los judíos
hubiesen permanecido en España y Portugal? El impacto que tuvieron los
sefardís en la humanidad, ¿hubiesen cambiado la historia de España?",
pregunta Lebrecht.
Y continúa: "Por cierto, fueron judíos españoles los que codificaron esas reglas, intuyo que por una influencia de Al Andalus. El judaísmo es como el islam, tiene una regla para cada cosa".
-La
idea que me queda es que ese marco tan normativo crea relaciones de
amor-odio en las personas que crecen en él. ¿Qué importa más en el éxito
intelectual de los judíos? ¿Ese amor-odio o la hostilidad del mundo exterior, de los cristianos y los musulmanes?
-No
es una relación de amor-odio es una relación de amor-miedo. Lo
contrario del amor no es el odio sino el miedo. El miedo a perder
aquello que amamos, ése es el origen de la ansiedad. La hostilidad de los gentiles no es muy importante, es una parte del paisaje que se da por hecho y
que, en todo caso, puede que condicione el miedo. ¿Cómo es posible ser
antisemita aún hoy? Ser antisemita en países en los que no hay judíos
desde hace 80 años... Adorno decía que después de Auschwitz no era
posible la poesía. Yo pensaba que después de Auschwitz no era posible el
antisemitismo. Nunca en mi vida le di importancia; si alguien me decía
algo ofensivo, pensaba que tenía más que ver con algún problema que esa
persona tuviese conmigo, no con un factor de la cultura humana. Ahora,
el antisemitismo está de vuelta; hay estadísticas, hay discursos
políticos que lo demuestran. Hay algo primitivo que no sé de dónde puede
venir.
Lebrecht termina con otra historia casi
cómica y trágica a la vez, sacada de los años del terror: «Unos nazis
encontraron a un judío en un tren y empezaron a acosarle y a humillarle.
Le preguntaron: '¿De quién es la culpa del mal en el mundo, judío?'. Y
el hombre les contestó: 'De los judíos'. Los nazis se pusieron muy contentos, pero el judío los interrumpió.
'De los judíos y de los ciclistas'. ¿Los ciclistas? ¿Por qué, qué han
hecho los ciclistas? Y el hombre les contestó: '¿Y qué han hecho los
judíos?'».
La visión original de los fundadores de Israel era la de un país con un carácter marcadamente agrícola.
De alguna forma, muchos entendieron que para volver a la Tierra
Prometida era necesario volver a la tierra en sí y las oleadas sionistas
de la primera mitad del siglo XX llenaron el país de colonias dedicadas
a la agricultura: los famosos kibutz.
El milagro de Israel para pasar de país desértico a que sobre el agua (1): política e infraestructurasC.Jordá (Israel)
Afortunadamente,
los kibutz ya no son lo que eran: la inmensa mayoría de ellos superaron
hace décadas la ideología y la organización socialistas en la que se
basaban. También la agricultura ha dejado de ser una pieza central de la
economía israelí –los propios kibutz invirtieron en otros campos y
crearon empresas de muchos tipos– pero a pesar de que su aportación al
PIB sea pequeña, sigue siendo un sector básico para Israel por
varias razones: la seguridad alimentaria en un país enclavado en un
entorno tradicionalmente hostil, cierto orgullo nacional vinculado a
esos pioneros sionistas y, por último pero no menos importante, los
desarrollos tecnológicos y empresariales que han nacido de la
agricultura y ahora se exportan a todo el mundo.
Pero, ¿y el agua?
Todo lo anterior está muy bien pero sería imposible de no contar con un suministro abundante, constante y fiable de agua, y más en un lugar como Israel, en buena parte desértico y con altas temperaturas durante muchos meses del año.
El milagro del agua en Israel (2): eficacia, ahorro y desaladorasC.Jordá (Israel)
Dos
estrategias se han desarrollado paralelamente para conseguir que no
faltase el líquido elemento en el campo israelí: una, como siempre, el
ahorro, del que hablaremos más adelante; la segunda quizá sea todavía
más llamativa, es el uso masivo de agua reciclada: Israel reutiliza nada más y nada menos que el 85% de sus aguas residuales y para hacernos una idea de lo que esto supone hay que decir que en España ese porcentaje estáentre el siete y el diez por ciento
y, atención, pese a la distancia sideral que nos separa del país hebreo
somos el líder europeo y segundos en el mundo en la materia.
Y la mayor parte de este agua reciclada se destina a la agricultura,
así que aproximadamente el 90% de los riegos agrícolas en el país se
hacen gracias a residuos que de otra forma habrían ido a parar al mar.
Tratamiento masivo: Shafdan
El mejor sitio para conocer esa ingente capacidad de reciclar agua es la planta de tratamiento de Shafdan, al sur de Tel Aviv. Allí llegan las aguas residuales de unos tres millones de personas que viven en el centro del país.
A
través de las dunas que cubren la zona dos grandes tuberías llevan hasta
el interior de la planta lo que hasta no hace tanto era un engorroso
residuo y ahora es un valioso recurso. Las instalaciones son propiedad
de Mekorot, la empresa pública del agua israelí, y su portavoz Lior Gutman
nos explica junto a los grandes depósitos que, para poder usarse en la
agricultura, la purificación del agua tiene que pasar por tres estadios y
que, aunque no lo hacen, técnicamente serían capaces de someterla a un cuarto que la haría apta incluso para el consumo humano.
Parte
del proceso se desarrolla en unas instalaciones cerradas en las que se
retiran los residuos sólidos, después, pasando de unos tanques a otros
ya a cielo abierto el agua va depurándose hasta que es posible
devolverla al sistema –obviamente, en un circuito diferente al del agua
destinada al consumo doméstico– y distribuirla por todo Israel.
La planta de Shafdan cuenta también con unos grandes depósitos en los que a partir de los peores residuos se genera biogás, con lo que se reduce el consumo energético de las instalaciones.
En contra de lo que podría pensarse, Shafdan no es un lugar desagradable: en un día con viento suave el olor sólo se nota cuando estamos literalmente encima de las aguas residuales y
no hay mucho más ruido que un operario que cortaba el césped con una
especie de cochecito que conducía como lo habría hecho el mismo Fernando
Alonso. Pero así, casi sin que uno se dé cuenta, millones y millones de
litros de agua se van recuperando para un segundo uso, para un nuevo
ciclo vital.
De la diálisis a los residuos del ganado
En
algunos puntos de Israel la capacidad para depurar agua y darle una
nueva vida alcanza un notable virtuosismo y se logra con soluciones tan
brillantes como sorprendentes. Es lo que ocurre en los Altos del Golan, a tiro de piedra –aproximadamente a un kilómetro– de la frontera con Siria,
en una planta de depuración que tiene que hacerse cargo de los residuos
que generan las ganaderías de vacuno de los alrededores.
"Aquí tratamos las aguas residuales producidas por 5.000 personas y 5.000 vacas –nos dice Mino Negrini, CEO de NUF Filtration– el equivalente sería tratar las de una ciudad de 150.000 personas".
Para poder reciclar estos residuos de la ganadería es necesario un
tratamiento "de muy alto nivel", porque las vacas no sólo producen
muchos desperdicios sino que estos están "llenos de materia orgánica".
La solución no puede ser más ingeniosa: reutilizar los filtros médicos que se usan en los tratamientos de diálisis
y que, obviamente, sólo pueden emplearse una vez. NUF Filtration los
recupera hospital por hospital y los esteriliza para poder volver a
usarlos: "Son el mejor filtro disponible en el mundo, al fin y al cabo imitan al mejor filtro del mundo que es el riñón".
Su eficacia es tal que permite retener "toda, y recalco el toda, la contaminación microbiológica y todas las partículas en suspensión,
lo único que lo atraviesa es el agua y la sal". El proceso se realiza
sin usar ningún producto químico y los filtros se pueden limpiar y
usarse durante bastantes años y, encima, son realmente baratos: los
hospitales están deshacerse de esos residuos que para ellos son
difíciles de gestionar.
El
agua puede usarse para regar cualquier tipo de cultivo y es
perfectamente transparente e inodora, aunque conserva un color
amarillento fruto de alguno de los residuos generados por las vacas. Una
vez tratada, se almacena temporalmente en un estanque junto a planta
sobre el que vemos la puesta de sol en una tarde agradable y ventosa,
fresca en las alturas del Golán, un lugar quizá inesperado para una idea
realmente insólita.
El rapidísimo ciclo del agua
Esta planta en un extremo del país nos muestra como el ciclo de vida de prácticamente toda el agua que
se usa en Israel es doble: al primer paso por el circuito doméstico le
sigue el tratamiento y reciclado y, tras este, el reaprovechamiento
agrícola que luego extraerá todo el valor de cada una de las gotas.
Un
dato curioso es la rapidez con la que todo ocurre: en sólo cuatro cinco
horas el agua captada por una de las plantas desaladoras en el
Mediterráneo habrá llegado a un hogar israelí y, tras ser usada y
desechada por el desagüe, sólo tardará unos tres días
en superar todo el proceso de purificación y regar, a través de un
eficiente sistema por goteo, un campo agrícola en cualquier parte del
país.
Otra vez el ahorro… y la tecnología
Precisamente, el riego por goteo
y el ahorro de agua que supone son el otro elemento esencial en lo que
ha logrado el sector agrícola israelí, que usando estas técnicas
avanzadas para la gestión de los campos obtiene resultados muy
superiores en cantidad y calidad con mucha menos agua.
De
nuevo, una comparación con lo que ocurre en nuestro país nos servirá
mejor que nada para entender la magnitud del ahorro: el sector agrícola
en España consume casi 15.500 hectómetros cúbicos al año, con los que genera el 2,7% del PIB de nuestro país, es decir, unos 32.500 millones de euros.
Por su parte, el campo israelí consume unas trece veces menos agua, 1,2 hectómetros cúbicos,
con los que logra un resultado económico que supone un 2,4% del PIB
total del país hebreo: unos 9.900 millones de euros. Es decir, que con sólo un 7,9% del agua que usamos en España para la agricultura, en Israel se genera un sector agrícola que es casi un tercio del español.
Los inventores del riego por goteo
El mejor lugar para conocer la historia y el presente de esta tecnología es la factoría en el kibutz Magal de Netafim, la empresa que lo inventó. Allí nos recibe Gal Yarden,
presidente de la división de la compañía para Europa, Oriente Medio y
África, que nos cuenta como el negocio que nació en otro kibutz cercano
en 1965 emplea ahora a 5.000 trabajadores en todo el mundo –entre otras
muchas cosas tienen una fábrica en Ribarroja de Turia, muy cerca de
Valencia– y factura 1.100 millones al año.
Yarden nos cita algunos casos de éxito: cultivos de arroz en Italia que han usado un 70% menos de agua y un 30% de nutrientes
para obtener un cereal de la misma calidad y con menos emisiones de
CO2; o en Grecia, donde no sólo se ha gastado un 68% menos de agua sino
que se ha logrado hacer crecer el arroz en laderas.
Y es
que la tecnología de irrigación por goteo se ha desarrollado tanto que
ahora permite no sólo regar la planta en cuestión, sino entregarle de la
forma más eficaz posible todos los nutrientes que necesita, sin
desperdiciar nada. En algunas ocasiones la producción prácticamente se
dobla y el directivo de Netafim nos asegura que normalmente bastan entre un año y medio y tres para amortizar la inversión.
La
empresa se compromete a facilitar a los agricultores una solución
completa que no es sólo las tuberías, sino los equipos para controlar
todo el proceso, los filtros para que el agua no tenga ninguna impureza
que pueda dañar los dosificadores… Mientras visitamos la pequeña granja
experimental que tiene Netafim junto a la fábrica uno de los expertos de
la firma nos explica lo que son capaces de conseguir, más allá de
mejorar la producción: "Se puede hacer crecer cualquier cultivo, en cualquier suelo y sea cual sea el clima".
Una
frase que es un involuntario pero inmejorable resumen del empeño con el
que Israel ha logrado salir adelante pese a tenerlo todo en contra: los
vecinos, el territorio y hasta un clima que podría haber privado al
país de lo más básico: el agua y ese pequeño gesto que damos por
sentado, pero que en realidad es casi un gran milagro: abrir el grifo y disponer de agua para beber.
Los israelíes han convivido prácticamente toda su historia con el miedo a quedarse sin agua. Tanto es así como que algunos de los espacios arqueológicos más sorprendentes de Jerusalén
son, precisamente, infraestructuras que hace ya casi 3.000 años se
construyeron para poder tener agua en la ciudad tres veces santa.
No
debe sorprendernos, por tanto, que dentro de sus costumbres, su
cultura, y también en la educación que se da a los niños desde sus
primeros años en el colegio, la convicción de que es necesario ahorrar y consumir sólo lo necesario sea una constante.
El milagro de Israel para pasar de país desértico a que sobre el agua (1): política e infraestructurasC.Jordá
Además, agresivas campañas publicitarias y unas tarifas que reflejan el coste real del
agua han logrado ahorros importantes en los últimos años. Sin embargo
estas no son la únicas medidas que reducen el consumo: la empresa
nacional que controla buena parte de la gestión del líquido elemento en
todo el país, Mekorot, presume de que en sus cañerías se pierde sólo un 3% de agua debido a fugas,
un porcentaje que en el conjunto del país se eleva al 7% debido a que
las redes de las empresas municipales son menos eficientes, pero que aun
así está muy por debajo de lo que suele ocurrir en la mayoría de los
países desarrollados. En España, por ejemplo, el porcentaje de agua que
se pierde en la red, la llamada "no registrada", porque se pierde antes
de llegar al contador, está en el 25% del total.
El gran cambio: las desaladoras
No
obstante, es evidente que los ahorros son muy importantes, pero que el
gran cambio en la disponibilidad de agua en Israel llegó a partir de 2005 y lo produjo la puesta en marcha de la primera planta de desalinización de agua marina,
Ascalón, que desde entonces provee a la red de 90 hectómetros cúbicos
al año de agua dulce perfecta para el consumo en los hogares.
En estos últimos 15 años la apuesta del país por el agua del mar desalinizada se ha multiplicado: en la actualidad son cinco las plantas que operan en la costa mediterránea: a la ya citada en Ascalón se han sumado Ashdod, Palmachin, Sorek y Hadera. Entre todas proporcionan casi 600 hectómetros cúbicos cada año,
es decir, una séptima parte del total de agua que se suministra en
España, en un país que tiene una quinta parte de los habitantes que el
nuestro.
Otras
dos cifras nos pueden ayudar a entender la magnitud del programa de
desalinización israelí: en estos momentos España obtiene con sus mayores
desaladoras un total de unos 515 hectómetros cúbicos, casi 100 menos que Israel y, además, para ello necesita doce plantas en lugar de cinco.
Y eso no es todo: tal y como explicaba en un encuentro con periodistas europeos en Tel Aviv Olga Slepner, en 2023 está prevista la puesta en marcha de otra desaladora en Sorek, que con una capacidad de 200 hectómetros cúbicos será la mayor del país. En 2025 llegará otra más, esta en el oeste de Galilea. Cuando las siete estén en marcha, Israel proporcionará el 100% del agua del grifo que consumirán sus ciudadanos por este método que ya hoy supone el 85% del agua que beben y con la que se asean los israelíes.
Así es una desaladora: el ejemplo de Hadera
Para
saber más de esta tecnología visitamos la planta de Hadera, situada a
unos 30 kilómetros al norte de Tel Aviv, no lejos de la histórica ciudad
de Cesarea y sus ruinas romanas entre las que, por cierto, hay un bellísimo acueducto romano en plena playa que nos recuerda que eso de la ingeniería hidráulica viene de muy atrás.
Hadera
está al lado de una planta de generación eléctrica, la Orot Rabin, que
es, curiosamente, la muestra de otro de los grandes procesos que vive el
país: tras descubrir unos grandes yacimientos de gas natural no muy
lejos de la costa esta energía se está imponiendo a todas las demás y,
allí como en otros muchos lugares, está sustituyendo al viejo carbón, mucho más contaminante.
Las
desaladoras israelíes son otro ejemplo de cómo, aunque el agua sea un
sector completamente intervenido, la colaboración entre el Estado y el
sector privado cada vez es mayor: tal y como nos explica David Muhlgay, CEO de la filial de IDE Technologies
que gestiona la de Hadera, las plantas son construidas y operadas por
empresas a las que se ofrece un compromiso de compra de agua por unas
cantidades mínimas y una concesión por 25 años que,
según nos adelantó una fuente conocedora de la cuestión, probablemente
se amplíe ya que "el Estado no tiene ningún interés en operar
desaladoras y el modelo está funcionando perfectamente".
La
desaladora ocupa una estrecha franja de terreno junto al mar, aunque se
interna cerca de mil metros en lo que son unas instalaciones enormes. Se
trata de una planta de osmosis inversa, básicamente el agua atraviesa
una serie de membranas tan finas que son capaces de atrapar hasta la sales disueltas.
Estas membranas se colocan en grupos de varias en una especie de vainas en las que el agua es inyectada a una presión de 70 bares.
En una gigantesca sala se apilan miles de ellos en medio de un ruido
ensordecedor. Hay nada más y nada menos que 53.000 membranas. El proceso
es más complejo, pero aquí está lo esencial: el contenido de sales y
minerales del agua se reduce de 40.000 a 240 partes por millón. El
proceso de filtrado da como resultado un 50% de agua dulce y otro tanto
de agua con algo más de contenido salino.
Precauciones ecológicas
Ese agua inyectada, además, sirve para recuperar la energía en otras partes del proceso y, por tanto, reducir el consumo hasta en un 45%.
Es una de las medidas en marcha para minimizar el impacto ambiental,
algo que se hace desde el inicio del proceso: tres tubos de 1.250 metros
de longitud toman el agua lejos de la costa y lo hacen con un sistema
de succión lenta que no afecta a la fauna. Como prueba de ello en la
presentación en la propia planta nos muestran fotos de personas buceando
tranquilamente junto a la toma.
Estas grandes cañerías se limpian sin usar productos químicos: en lugar de eso se lanza periódicamente una especie de gran desatascador con bordes de goma al que llaman PIG
que se lanza por el tubo a una velocidad de 1,4 metros por segundo
rebañando todas las impurezas que puedan haber quedado en el interior y
que también podemos ver en nuestra visita, esperando ser usada.
El gran problema medioambiental con las desalinizadoras suele ser la salmuera generada en el proceso,
pero según los responsables de Hadera la realidad en su planta es otra.
Vemos desde el interior los torrentes que vierten este agua en el mar,
justo en la entrada. Al lado de este vertido de un agua que es
ciertamente cristalina el mar recibe otro: el de la usada en las
calderas de la planta de energía, lo que contribuye a diluir la salmuera
y a que la sustancia que llega al mar sea sólo "un poco más salada y un poco más caliente" que el agua marina, tal y como nos dice David Muhlgay.
La directora técnica del complejo, Miriam Brusilovsky,
nos explica que cuando se cambie el combustible de la central térmica y
ya no expulse esa agua, la desalinizadora dispondrá de unas tuberías de
dos kilómetros de longitud para deshacerse de la salmuera. Allí, a una
profundidad mayor y ayudada por unos aspersores especiales se diluirá
con gran rapidez: "Cuando el agua llega a 10 metros de la superficie sólo tiene un 1% más de sal de lo normal", explica.
El
principal problema ambiental y económico de las plantas desaladoras
sigue siendo el consumo energético, pero este también se está
reduciendo: "Antes las plantas necesitaban entre 4 y 4,5 KW/h para
obtener un metro cúbico de agua, esta lo hace con 3,3 y las modernas ya logran hacerlo con 2,9", nos asegura Muhlgay. Este menor consumo hace, por supuesto, que los precios puedan ser más competitivos.
En
cualquier caso, gracias a la introducción masiva del gas natural que el
país ha encontrado en el Mediterráneo, los precios de la energía no
están sufriendo una escalada como la que vivimos en Europa. Ventajas de
hacer algo tan extraño –pero obviamente de sentido común– como usar tus propios recursos.
Está
claro que la apuesta decidida de Israel por la desalación será a muy
largo plazo: la planta de Hadera, por ejemplo, está construida como para
poder funcionar "durante 40 o incluso 50 años si se hace el mantenimiento adecuado". Como ya hemos dicho, a medio plazo la desalinización podrá proporcionar el 100% del agua para el consumo doméstico en el país y es previsible que siga siendo así durante mucho tiempo.
Pero, ¿qué pasa con el consumo no doméstico,
por ejemplo el del pujante sector agrícola? Para eso Israel también ha
creado grandes soluciones, pero de ellas hablaremos en el siguiente
artículo.
El depósito Eshkol, un gran almacén artificial de agua en Israel. | C.Jord
Durante años, los telediarios de Israel abrían hablando de la cantidad de agua que había en el mar de Galilea. "El nivel del Kineret –el nombre en hebreo del mayor lago de agua dulce del país– era el nivel de ánimo de los israelíes", me cuenta un periodista en la orilla de la gran masa de agua sobre la que caminó Jesucristo.
Había
una buena razón para ello, mucho más allá de aspectos sentimentales o
del interés por el Nuevo Testamento: el lago de Tiberiades, como también
se lo conoce, era la mayor y casi única reserva de agua dulce del país y lo siguió siendo hasta bien entrado el siglo XXI.
Y es que no descubrimos nada si decimos que Israel
es un país seco, en parte desértico, así que no es extraño que incluso
antes, desde su nacimiento en 1948, sus padres fundadores tuvieran,
entre otras muchas preocupaciones, la de lograr suficiente agua para una población en constante crecimiento y un sector agrícola que entonces era parte esencial del impulso sionista.
Aún
hoy en día, si bien hace mucho que la agricultura ha dejado de ser
esencial para el conjunto de la economía israelí, sí es una parte
importante del orgullo nacional de un país en el que muchos de sus
pioneros se establecieron en comunas agrícolas, los famosos kibutz.
Hoy
en día, sin embargo, Israel no sólo tiene agua más que suficiente para
un consumo que poco a poco se va elevando y para unos agricultores que
incluso se permiten exportar, sino que incluso puede venderle agua a sus
vecinos: Jordania recibe nada más y nada menos que 100 hectómetros cúbicos al año a
precio de saldo y, tan pronto como se creen las infraestructuras al
otro lado del río Jordán, esa cantidad podría doblarse. Además, la Autoridad Nacional Palestina recibe otros 100 hectómetros e
incluso Gaza, donde Hamás se niega a cualquier compromiso con Israel,
tiene asignados otros 20 de los que actualmente sólo usa la mitad.
Propiedad del Estado, pero a precio de mercado
¿Cómo
ha sido posible este trayecto desde ser un país desértico en el que el
agua era una obsesión a disponer incluso de más de la necesaria? Libertad Digital ha recorrido Israel en un viaje de la organización EIPA
para conocer esta historia y la analizaremos en una serie de tres
artículos en los que hablaremos de decisiones políticas, de
infraestructuras, de tecnología e incluso de ingenio humano, un
ingrediente que suele estar en no pocos de los éxitos de este pequeño
país.
Empezaremos
por el principio: inspirados por el fuerte componente socialista que
tenía el movimiento sionista y por la necesidad de construir
instituciones fuertes en un entorno hostil, los fundadores de Israel
decidieron que toda el agua en el país era un bien público propiedad estatal.
Y cuando decimos toda queremos decir toda: la de ríos y lagos, la de
los acuíferos subterráneos e incluso el agua de lluvia que alguien
pudiera almacenar en una piscina. En Israel era, y es, imposible hacer
un pozo o bombear agua de un arroyo sin el visto bueno de las
autoridades y, además, no es nada fácil conseguirlo.
Cualquier
decisión sobre el agua se tomaba bajo una estricta supervisión política
en la que participaban seis ministerios y otra media docena de
entidades públicas, un sistema que demostró sus flaquezas –a pesar de
algunos logros importantes– y que acabó dando paso a otro esquema no
mucho más liberal pero sí bastante más racional: en 2007 se creó la Autoridad Nacional del Agua,
un organismo que, pese a partir de nombramientos políticos, funciona de
forma independiente –algo no tan extraño en un país en el que los
gobiernos pueden durar sólo unos meses– y que toma las principales
decisiones sobre el agua en todo Israel, entre ellas la definición de
las tarifas.
De
hecho, una de las primeras medidas que puso en marcha este organismo
demostró esa independencia de la política, ya que era lo suficientemente
impopular como para que ningún gobernante se atreviese a tomarla: una subida de los precios para que los usuarios pagasen el coste real
del agua que llega a sus casas, campos o industrias. ¿Resultado?
Aumentar aún más la concienciación de una población que como decíamos
siempre ha entendido que no se trata de un recurso infinito y, por la
vía del sablazo económico, una reducción del consumo de cerca de un 20%.
Una única empresa…
Israel cuenta también con una única compañía –de propiedad pública– que gestiona muchos de los pasos que da el agua: Mekorot.
Fundada incluso antes de la independencia del país en 1948, en
bastantes aspectos funciona como una empresa privada, con un alto nivel
de exigencia y eficacia, a pesar de ser 100% del Estado.
Además,
en distintos momentos del ciclo del agua Mekorot se relaciona con
agentes privados –algunos de los suministradores de agua lo son– y
también con otras empresas públicas: las formadas en agrupaciones de
municipios y que se encargan el servicio a los consumidores, es decir,
de llevar el líquido elemento a los hogares, las industrias…
En
este momento son 56 empresas de servicios municipales –ahora van a
reducirse a una tercera parte en busca de una mayor eficiencia, nos
cuenta en Tel Aviv Olga Slepner, asesor de la Dirección
General y responsable de la Unidad de Relaciones Internacionales de la
Autoridad Nacional del Agua– que también tienen que aplicar criterios de gestión privada y que no responden ante los ayuntamientos. De hecho los consistorios tienen que pagar el agua como cualquier otro usuario: se acabó regar parques de cualquier manera.
Resumiendo
mucho: el sistema que lleva el agua a los hogares de Israel incluye
suministradores privados de agua, la propia Mekorot que gestiona el
líquido elemento a lo largo de todo el país y, finalmente, empresas que
operan en varios ayuntamientos al mismo tiempo y que son las que llevan
el agua a los grifos de las casa.
…Y una única cuenca hidrográfica
A pesar de su pequeño tamaño, Israel tiene regímenes de lluvias muy distintos y,
por tanto, recursos hídricos muy diferentes de una parte a otra: en la
franja más al norte las lluvias son bastante abundantes y el Mar de
Galilea supone una gran reserva de agua: hasta 4.400 hectómetros cúbicos cuando está lleno.
Por
su parte, la zona del centro tiene una pluviosidad razonable, aunque con
ciclos de sequía que complican las cosas; finalmente, el sur es
literalmente un desierto en el que pueden pasar años sin ver una gota. No sé a ustedes, pero a mí estas franjas tan diferentes me recuerdan a algo...
Pero al contrario de lo que hacemos en otros sitios, en Israel nunca se puso en duda que las zonas con más agua debían contribuir con sus excedentes a abastecer aquellas
otras en las que el líquido elemento era un bien más escaso: la primera
gran infraestructura que se decidió abordar fue el Trasvase Nacional que debía llevar agua desde el norte húmedo hasta el sur seco.
Este
gran acueducto nace del mar de Galilea, en unas instalaciones que aún
hoy en día se siguen usando aunque en menor medida. Visitamos con un
grupo internacional de periodistas el lugar del que empieza esta enorme
infraestructura en la orilla del gran lago israelí. Allí el portavoz de
Mekorot, Lior Gutman, nos cuenta que hoy en día esa
gran masa de agua dulce ya no está sobreexplotada: "Sólo bombeamos unos
200 hectómetros cúbicos al año, que usamos sobre todo como reserva de emergencia ante picos de consumo u otras incidencias y para el agua que transferimos a Jordania".
El agua que se extrae del bíblico lago se bombea hasta otro, este artificial: el estanque Schkol,
un gran depósito al aire libre que está unos kilómetros al sur y
bastantes metros por encima, ya que el Mar de Galilea se encuentra en la
misma depresión que el Mar Muerto y a algo más de doscientos metros por
debajo del Mediterráneo. El estanque ofrece una estampa llamativa en un
entorno que ya es más seco y con pequeñas montañas de fondo; en su
centro una gran bandera de Israel casi flota sobre el agua y lanza todo
un mensaje.
Allí
junto al propio reservorio están las grandes instalaciones que depuran
el agua, que una vez lista para el consumo ya entra en la red nacional,
aunque en ocasiones su viaje aún es más complejo: tal y como nos cuenta
en otro momento el propio Lior Gutman grandes cantidades de agua se
vierten en una zona arenosa cerca de Tel Aviv y allí, tras un filtrado
natural, quedan almacenadas en un acuífero subterráneo para ser extraídas cuando sea necesario.
Además,
a partir de noviembre este gran acueducto nacional, que por supuesto
llega hasta las zonas agrícolas del sur, ya en el desierto del Negev,
podrá funcionar en el sentido opuesto y llevar agua desde el centro de Israel hasta el mar de Galilea si
la situación en el lago lo requiriese: "Vamos a hacer la primera prueba
en un par de meses, nos aseguraremos de que todo va correctamente y de
que no hay fugas y el sistema quedará preparado para ser usado si es
preciso, aunque por lo pronto no prevemos hacerlo porque la situación
del Kineret es inmejorable", asegura Lior Gutman en unas instalaciones
junto a un lago de Tiberiades que, desde luego, tiene un aspecto
bellísimo, difícilmente mejorable.
¿Y de dónde sale esta agua que podrá llenar en el futuro el Mar de Galilea? De eso les hablaremos en el próximo artículo.