Cuando uno pasa unas horas con
Yair Lapid (Tel Aviv, 5 de noviembre 1963) no sabe si está con el futuro primer ministro de
Israel
o con una refrescante anécdota en la convulsa historia política escrita
en hebreo. El tipo tiene carisma y humor. Cualidades que no siempre
tienen los
líderes
salidos de la cantera militar o sindical. Como apuntó una vez, el mundo
no se divide entre izquierda y derecha sino entre los que tienen humor y
los que no. Y, no es broma, éstos últimos son mayoría. El drama es que
no lo saben.
Yair Lapid es Israel. Pero no el Israel que sale en los telediarios. No es el soldado, colono o ultraortodoxo. Tampoco el profesor que pide el boicot de su país, el emprendedor de
high tech o el jugador del
Maccabi Tel Aviv
que mete triples con la Mano de Elías. Lapid es el espejo del
mayoritario centro que no se fía de los palestinos pero acepta la
creación de su Estado para poder separarse de ellos.
Para explicar el fenómeno Lapid,
hagan el siguiente ejercicio. Cojan al presentador de televisión y
articulista más famoso de España, cierren los ojos y vístanlo como
fundador de un partido exitoso, poderoso ministro y candidato al trono.
«Estoy preparado para ser primer ministro de Israel»,
proclama mientras saborea un espresso en su despacho de la Knésset
(Parlamento) en Jerusalén. En apenas tres años y con más canas, Lapid ha
tenido tiempo para crear un partido político, cosechar un triunfo
apabullante en sus primeras elecciones (2013), mantenerse en la rueda en
las siguientes (2015), ser ministro de Finanzas sin saber de finanzas,
decidir asuntos de vida o muerte en el gabinete más restringido y ahora,
desde la oposición, preparar el asalto a la cima. Por algo el animal
político con el instinto de supervivencia más agudo,
Benjamín Netanyahu, le teme especialmente.
Este hombre de complexión fuerte (en su insensata juventud, fue boxeador) tuvo una escritora exitosa, Shulamit, como madre y un padre total: Yosef Tommy Lapid,
superviviente del Holocausto que a los 13 años vio como los nazis se
llevaron a su padre a las cámaras de gas y emigró a Israel para
convertirse en abogado, periodista, escritor, político y ministro.
Tras
su muerte en el 2008, Lapid publicó el mejor de sus 11 libros usando la
ácida pluma póstuma de su padre para una apasionante biografía. «No es
la historia de mi padre sino de Israel», puntualiza el autor del
best-seller Recuerdos tras mi muerte.
Su
adolescencia estuvo marcada por la memoria de la Shoa, la rebeldía en
la vibrante Tel Aviv y la influencia cultural estadounidense. La mala
suerte hizo coincidir su servicio militar con la guerra del Líbano
(1982). La buena suerte es que abandonó el frente de combate después de
que una granada de mano le provocara un ataque de asma. Ya en casa, su
padre recibió la visita del oficial del Departamento de Caídos que vino
para notificar su muerte. Es lo que pensaron al encontrar su bolsa entre
los restos de un jeep militar en el Líbano. El vehículo pisó una mina y
saltó por los aires matando a sus ocupantes. Doscientos metros antes,
el joven Lapid se había bajado.
Dos años después, la vida le golpeó con la muerte de su hermana mayor Mijal en un accidente de tráfico. Se casó con Tamar, se convirtió en padre y se divorció. Su verdadero amor lo encontró en Lihi,
una bella periodista con la que sigue casado. Tuvieron un hijo y una
hija a la que diagnosticaron autismo. Lapid abandera la lucha a favor de
más inversiones estatales en los niños autistas.
El terrorista palestino Musa Abd Al Qadir Ghanimat
tiene la «culpa» de que Lapid renunciara a su prometedora carrera como
productor en Hollywood. El 21 de marzo de 1997, este explosivo emisario
del grupo islamista Hamas entró en la cafetería Apropo de Tel Aviv y
activó la bomba de su mochila. Tres personas fueron asesinadas. Minutos
antes el padre de Lapid había tomado allí su café. Como cada mañana.
«Le llamé enseguida. Le dije: "Lo dejo todo y vuelvo a Israel".
Aunque seguramente hubiera vuelto de todas formas. No me siento en casa
en otro sitio del mundo. Puedo estar muy bien en EEUU o España, pero
donde me siento perteneciente a algo es en Israel. El gran problema del
siglo XXI es la pertenencia. Muchos hacen cosas muy extrañas para
sentirse parte de algo. Viajan a la India, se integran en sectas... En
Israel, el sentimiento de pertenencia es inherente», cuenta con orgullo.
Tras ser actor, escritor, compositor, articulista, periodista y presentador, Lapid llegó a una conclusión: «Israel me necesita». Podía haber lanzado una start up pero creó algo menos novedoso: un partido. Con mano de hierro y sonrisa de telediario, dirige Yesh Atid («Hay Futuro»).
Quizá
se sentía en deuda con el país que le mimaba. Cansado de presentar el
informativo de mayor audiencia, escribir la página más leída sobre «qué
es ser israelí», cantar en público y hacer un millonario anuncio de un
banco, Lapid se lanzó a las revueltas aguas de la Knésset.
- ¿Por qué abandonó la comodidad de la pequeña pantalla para ser un político más acribillado por los rivales?
-
- Por
una sencilla razón. Tengo tres hijos. Creo que todos tenemos una
función en el mundo. Y los judíos no tenemos otro lugar en el mundo.
Cualquiera que pueda influir en el destino del pueblo judío debe
hacerlo. Es una sensación problemática porque puedes caer en la
megalomanía.
El rostro más popular y guaperas se convirtió en líder de la segunda fuerza política.
Netanyahu no tuvo más remedio que nombrarle ministro de Finanzas. El
hombre que había reconocido no tener ni idea de economía aprendió en
tiempo récord. Va al despacho en Jerusalén conduciendo su coche a
diferencia de muchos dirigentes israelíes que, acostumbrados al chófer,
no tocan un volante desde hace décadas.
«La política israelí está preparada para el cambio de generaciones.
Llegamos hace tres años para renovar el liderazgo. Pero recuerda que
aquí la cuestión más importante es la seguridad. Y en este aspecto la
gente suele ser más conservadora», cuenta explicando quizá su guiño al
centroderecha a raíz de los 50 apuñalamientos de palestinos a israelíes
en octubre.
Es cuando Lapid se enciende. Hace unos días viajó a
Londres y París como ministro de Exteriores «alternativo». «Europa no
entiende que los israelíes se sienten tratados de forma injusta. Miles
de ejemplos confirman este sentimiento. No puede ser que una y otra vez
los terroristas disparan misiles contra nuestros hijos e Israel siempre
es vista como la única culpable. No puede ser que un palestino apuñala a
israelíes como pasa ahora casi a diario, policías le disparan y en la
prensa europea se resuma con el titular "Un palestino muerto"».
- Cuando viaja por el mundo, ¿no siente una pérdida de apoyo y de la imagen de Israel?
-
- Sí.
El primer motivo es que desde el 2005 hay una campaña mundial sin
precedentes promovida por decenas de organizaciones contra Israel. Quien
está detrás del movimiento del boicot no es una organización de
derechos humanos sino la yihad mundial. Financiada por personas de Catar
y otros países que no apoyan la solución de dos Estados, sino la del
Estado palestino sobre las ruinas de Israel. Están a favor de la paz si
incluye la muerte y expulsión de los israelíes. Intentan convencer al
mundo de que Israel es un salvaje ocupador, pero no le dicen que en dos
ocasiones en los últimos años Israel ofreció más del 90% de Cisjordania
para construir su Estado, pero los palestinos no lo aceptaron. Personas
que dicen defender derechos humanos, pero apoyan grupos y países
antisemitas que asesinan homosexuales y golpean a las mujeres. El
segundo motivo es que Israel lo tenía más fácil cuando era pequeña y
débil. Ahora somos más fuertes a nivel militar y tecnológico. Cuando hay
un duelo militar, mueren más palestinos que israelíes y el mundo no se
pone a analizar los sistemas de defensa que salvan vidas, sino que hay
100 palestinos muertos por solo uno israelí, por lo que la simpatía va
hacia ellos. Lo que no llega a los medios es que los palestinos
intentaron asesinar no a 100, sino a 10.000 israelíes, entre ellos niños
y mujeres, pero no tuvieron éxito. Prefiero perder la guerra mediática y
que mis hijos estén vivos.
Su target es la clase media.
Tiene cierto aroma burgués como su abuelo, que vivía en una mansión de
Novi Sad donde tenía su despacho de abogado. Allí nació su padre. Un
amante de la comida, la ópera y la bronca. Un ateo orgulloso de ser
judío: «Cuando era niño, Dios nunca me interesó de forma especial y tras el Holocausto dejé de creer totalmente. Soy judío de la forma más profunda que uno puede ser. Judaísmo es mi familia, mi civilización, mi cultura y mi historia».
Su
hijo recuerda las crispadas tertulias televisivas en la que su padre
gritaba contra la enorme influencia religiosa. Un día, el interlocutor
ultraortodoxo le preguntó: «Si no crees en Dios, ¿quién te definió como judío?». La respuesta fue fulminante: «Hitler».
Su
padre no supo tratar al joven Yair. Éste, ya con hijos, le consoló:
«Papa, supiste educarme sólo hasta los 13 años, la edad exacta en la que
perdiste a tu padre».
El Holocausto es aún vital para descifrar
Israel. «Claro que es vital. ¿Cuántos habitantes tiene España?», me
pregunta. «Casi 47 millones», respondo. «¿Seguiría siendo vital para
España si 25 millones de españoles hubieran sido asesinados? A nivel
proporcional, eso es lo que paso a los judíos en la Shoa. Es parte de la
vida de los israelíes».
- ¿Israel puede seguir siendo una democracia y al mismo tiempo ocupante?
-
- Nosotros salimos del Holocausto con dos conclusiones contradictorias que
chocan constantemente. La primera es que debemos sobrevivir y
defendernos sin depender de otros, pero también seguir siendo morales.
Le pongo un ejemplo. Terroristas te disparan desde una guardería. Si
eres moral, no hay que disparar ya que quizá haya niños. Si quieres
sobrevivir, debes disparar para salvar tu vida y la de tus compañeros.
Es un dilema constante de Israel. El mundo suele ignorar que pese a todo
seguimos siendo morales. Es uno de los grandes éxitos de Israel. La
segunda contradicción es entre Estado judío y Estado democrático. La
única solución para que Israel siga siendo judía y democrática es
separarnos de los palestinos. Si no lo hacemos, pedirán en unos años
votar en nuestro Parlamento. Si les permitimos, dejaremos de ser un
Estado judío y si no, dejaremos de ser democráticos.
No me despido de Lapid sin hablar de elecciones.
Las de España. El mago electoral da dos consejos a los candidatos: «No
deben mentir demasiado porque al final todo se descubre. Deben decidir
la estrategia y ser fiel a ella aunque durante la campaña hay muchos que
exigen cambiarla».
Lapid era un boxeador fuerte sin talento. En
YouTube circula un vídeo en el que muestra cómo se desmoronó ante los
porrazos de un rival con nombre poco cordial: Tyson.
Más allá de recibir golpes, aprendió a caerse y levantarse. Lapid
(antorcha, en hebreo) afronta el combate de su vida en la Knésset. El
cuadrilátero donde los golpes de Tyson son un juego de niños.
Fuente:
Sal Emergui
Reportaje fotográfico Uriel Sinai
elmundo.es