Uno de los terroristas en la Villa Olímpica.AP
La masacre del comando palestino Septiembre Negro, saldada con 18 muertes, no provocó la suspensión de las competiciones. Brundage, un antisemita al frente del COI, dijo que continuaran. El español Joan Jané recuerda el fatídico día
El deporte no perdió la inocencia en Múnich. La había perdido mucho antes, también en Alemania. Fue en Berlín, en 1936, en unos Juegos Olímpicos en los que el antisemitismo no era, únicamente, cosa de nazis. También la Italia de Mussolini utilizó la segunda edición del Mundial de fútbol, en 1934, como exaltación del fascismo, en los agitados años 30 que precedieron al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, los Juegos de Múnich, en 1972, en una nueva Alemania inyectada por los dólares, la RFA, debían ser todo lo contrario: los Juegos de la felicidad. Las heridas abiertas de la guerra, producto de la reconfiguración del mundo, en este caso la creación del Estado de Israel y el conflicto originado, lo impedirían para convertirlos en los Juegos de la muerte y la vergüenza.
Se cumplen, hoy, 50 años de la matanza perpetrada por el grupo palestino Septiembre Negro, después de tomar como rehenes a un grupo de deportistas y entrenadores israelíes tras internarse en la Villa Olímpica, donde las medidas de seguridad nada tenían que ver con las actuales. Múnich es, precisamente, la razón.
UN TIRO EN LAS MEJILLAS
Ocho terroristas disfrazados con ropa deportiva lograron acceder al pabellón de la delegación hebrea, poco antes de las cinco de la madrugada del 5 de septiembre. Varios deportistas israelíes estaban todavía despiertos, porque habían disfrutado de una noche demasiado larga en la ciudad. El entrenador del equipo de lucha, Moshe Weinberg, se apercibió del asalto e intentó reducir a uno de los terroristas con un cuchillo de cocina. Recibió un tiro que le atravesó las mejillas. Todavía con vida, fue obligado a conducir a los terroristas a otras dependencias, aunque le quedaron fuerzas para dislocar la mandíbula de uno de ellos de un puñetazo antes de recibir otro disparo mortal. El luchador Yossef Romano también había sido abatido. Fueron las dos primeras víctimas. Los terroristas tomaron finalmente como rehenes a nueve miembros de la delegación. Empezaba entonces un thriller de nervios, negociaciones internacionales, presiones y acciones precipitadas de la policía que acabaron, 21 horas después, con una matanza en el aeródromo de Fürstenfeldbruck. El resultado fue de 18 muertos (11 israelíes, cinco terroristas, un piloto de helicóptero y un policía alemanes).
Errores de la policía
Los secuestradores exigieron la liberación de 236 palestinos presos en cárceles israelíes, además la de los terroristas alemanes Andreas Baader y Ulrike Meinhof. Las autoridades alemanas ofrecieron un intercambio por agentes de su policía con la promesa de obtener liberaciones de Israel, a lo que los terroristas se negaron. Lanzaron, asimismo, la fallida 'operación Sonnenschein', por la que los terroristas debían ser abatidos por tiradores desde el tejado. Las cámaras alertaron a los secuestradores. No sería la última chapuza. Los negociadores convencieron a los palestinos de que podrían abandonar Alemania en un vuelo con los rehenes y para ello serían trasladados en helicópteros a un aeródromo. Era una trampa: pretendían eliminarlos. El resultado fue una masacre.
«Ese día, al ir al desayuno, ya supimos que pasaba algo. Los trayectos habituales estaban cortados y la Villa llena de policías. Nuestro pabellón estaba lejos del israelí, pero la gente del Comité Olímpico Español nos explicó la situación», cuenta Joan Jané, ex seleccionador de waterpolo y entonces un joven jugador de la selección. «Al principio, no recuerdo que tuviésemos miedo. Había más impacto fuera de la Villa que dentro, donde la información estaba muy controlada. Con el pasar de las horas, en cambio, creció el temor, porque nadie sabía si tenían pistolas, metralletas o bombas con las que poder hacer algo más grave de los que pasó, como volar la Villa», añade.
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