Los hombres libres del título y del artículo son imazighen, "nobles", "hombres libres", sí, que prefieren que les llamen así y no bereberes, "bárbaros", mala cosa, y que ven en la peripecia israelí que su sueño de una Tamazgha libre, plural y próspera es posible. |
Los imazighen son cerca de la mitad de la población en Marruecos, casi un tercio de la de Argelia, el 10% de la libia, y también están presentes en Túnez, Egipto, Níger, Mali, Mauritania, Burkina Faso... y Europa: 2,2 de los 30 millones que son viven aquí, entre nosotros.
Se tienen por los habitantes originarios del norte de África, y aunque la gran mayoría de ellos son musulmanes, y lo son gracias o por culpa de los árabes, llevan mal, muy mal, la política de tierra quemada en lo cultural –inclúyase lo confesional– que, denuncian, han llevado tradicionalmente a cabo sus hermanos de fe. (Naipaul ha escrito de esto, largo y tendido y en el marco del mundo asiático, en Al límite de la fe y Entre los creyentes). En el Jewish Ideas Daily, Aryeh Tepper anota:
Los judíos y los bereberes llevan viviendo en el Medio Oriente unos 3.000 años, y ambos sufren hoy día los intentos arabo-islamistas de suprimir sus identidades ancestrales. Un académico libio bereber ha resumido la situación de su pueblo en términos que muchos judíos israelíes pueden entender fácilmente: "Llevamos aquí miles de años (...) La vida en Libia no empezó con la llegada de los árabes". (...) En la Libia de Gadafi (...) es ilegal poner a los niños nombres no árabes o no islámicos. Lo mismo cabe decir de Marruecos (...) En Argelia (...) la lengua bereber aún no ha recibido reconocimiento oficial.
Los imazighen echan la vista atrás y, en efecto, comprueban que han habitado las mismas tierras que los judíos desde tiempos inmemoriales. Hay quien dice que los hijos de David ya estaban ahí luego de la destrucción del Primer Templo (587 a. C.); y quien atribuye filiación judía a la heroína amazigh Kahina, que luchó contra el imperialismo arabo-islámico en el siglo VII; y quien –como el célebre Ibn Jaldún– señala el exitoso proselitismo hebreo entre los imazighen de las actuales Argelia y Marruecos entre los siglos I y VII. Ya en nuestra época, y de acuerdo con el censo de 1936, tres cuartas partes de los 161.000 judíos que por entonces habitaban Marruecos eran bilingües en árabe y amazigh, mientras que otros 25.000 sólo hablaban amazigh. ("Como comerciantes, mercaderes y pequeños artesanos en las aldeas del Atlas –escribe el experto Bruce Maddy-Weitzman en su muy interesante artículo "Jews and Berbers"–, puede que los judíos hicieran las veces de intermediarios entre los bereberes y los árabes, y entre los diferentes grupos tribales bereberes"). Desde la creación del Estado de Israel y la independencia de Argelia, apenas quedan judíos en la zona, ni imazighen no musulmanes, para jolgorio de islamistas y adeptos al nacionalismo panárabe y desgracia de muchos imazighen.
Así las cosas: historia compartida, relaciones complejísimas con los árabes, la fascinante emergencia del Estado de Israel..., no es de extrañar que muchos hombres libres hayan querido reafirmar sus lazos con el mundo judío mediante el establecimiento de asociaciones culturales como Memoire Collective, fundada en 2008 y que tiene por objetivo –refiere Maddy-Weitzman en otro artículo notabilísimo– "luchar contra el antisemitismo en Marruecos como parte del necesario esfuerzo por promover los derechos individuales, la tolerancia y la democracia". Por predicar con ese ejemplo, el fundador de Memoire Collective, Mohamed Mouha, fue expulsado del partido izquierdista Vía Democrática (hay que joderse), dado que había "cruzado todas las líneas rojas del partido en punto a la normalización [de las relaciones] con Israel". No nos hagamos los suecos: también en España te puede pasar esto.
Cómo no estará el patio de emporcado por las aguas servidas del antisemitismo y la opresión, que un año antes, en julio de 2007, y a resultas de la fundación de otro grupo de amistad judeo-amazigh, la televisión Al Alam, que emite por satélite para todo el mundo desde el Irán de los ayatolás, emitió un debate sobre... eso, la fundación de una asociación de amistad judeo-amazigh. Porque por lo visto hay que explicarse o, si no se quiere ser un bereber, un bárbaro, pedir perdón. No estuvo por esta última labor el hombre libre Ahmed Adghirni, secretario general del proscrito Partido Democrático Amazigh de Marruecos; he aquí un extracto de su intervención:
Por lo que respecta a la asociación, (...) tiene que ver con la amistad, un valor humanista que beneficia a todo el mundo, incluidos los árabes. Los árabes sustituyen la amistad con la enemistad y la guerra. (...) Personalmente, estoy convencido de que la amistad es mejor que la guerra. Si los árabes hubieran creído en la amistad con los judíos durante todos estos años, no habríamos visto correr tantos ríos de sangre, entre los árabes y los judíos y entre los propios árabes. Por eso encuentro rechazable que alguien, árabe, amazigh o judío, sienta aversión a la palabra amistad.
(...) Estos jóvenes [integrantes de la asociación de amistad israelo-amazigh] (...) están molestos por que la hostilidad se haya difundido por el Medio Oriente, y por el antisemitismo que ha empezado a extenderse por nuestra región. Les apena que los judíos marroquíes empezaran a abandonar su patria cuando los partidos panarabistas empezaron a expandirse, alrededor de 1967.
Estos primeros años del siglo XXI están siendo cruciales para los hombres libres que no quieren comulgar con la rueda de molino del odio a Israel y a los judíos y, en cambio, pretenden que su tierra sea cuando menos tan próspera y abierta como la del Estado hebreo. En 2001, el músico y político Ferhat Mehenni fundó el Movimiento por la Autonomía de la Cabilia (MAK), un partido laico que aboga por la instauración en Argelia de una democracia federal basada en el modelo norteamericano. En 2003, el propio Mehenni saludó la estrategia de George W. Bush para el Gran Oriente Medio, destinada a "erradicar las fuentes del terrorismo y prevenir un hipotético choque de civilizaciones". Ya más cerca de nuestros días, en noviembre de 2009, nos encontramos con la participación de una veintena de imazighen marroquíes en un seminario celebrado en Yad Vashem: era la primera vez –informa Maddy-Weitzman en "Sounds from North Africa"– que una delegación procedente del mundo árabe –expresión que molesta especialmente a los imazighen– acudía al museo dedicado a la Shoá en Jerusalén; y lo que hacía especialmente digna de mención esa visita era que se trataba de una iniciativa procedente no del régimen sino de la sociedad civil marroquí.
La visita de la delegación de imazighen marroquíes a Yad Vashem no fue sólo ni fundamentalmente una toma de postura acerca de la necesidad de que los educadores marroquíes incorporen al currículo los estudios del Holocausto, sino una declaración de solidaridad con Israel y un intento por llevarla a la práctica, en contraste con lo que es norma en el ámbito islamista y panárabe.
Antes, a finales de 2008 y principios de 2009, Israel vertió su Plomo Fundido por sobre Hamastán, vulgo Gaza. El mundo entero clamó contra el Estado judío, y muchos sacaron a pasear su antisemitismo de nuevo o viejo cuño. En Marruecos, los islamistas, los izquierdistas y los nacionalistas árabes dieron en señalar a buena parte de la sociedad civil amazigh por lo que entendían su silencio cómplice y criminoso con la operación desarrollada en la Franja. "Bereberes, ¿de qué lado estáis?", clamaba desde el diario hamasófilo Al Tahdid un tal Hasán Buikhf:
¡Imazighen de Marruecos! Las matanzas en Gaza, y las que las precedieron, han revelado un extraño fenómeno: la práctica ausencia de voces imazighen en el campo de la solidaridad [con los palestinos] y la condena [a Israel] (...) ¿Cuál es la justificación para este silencio por parte de decenas de grupos, organizaciones e individuos (...), y su reluctancia a unirse a los imazighen [que sí se han manifestado] en todo el mundo? ¿Cuál es la justificación para el apagón informativo sobre Gaza en los medios imazighen?
Los hombres libres, lejos de arredrarse, contraatacaron. El Movimiento Cultural Amazigh de Boumalne Dades (Emcab) emitió un comunicado en el que lamentaba ser testigo de la triste "farsa" de ver a un pueblo como el marroquí, "encadenado" y sujeto a una suerte de "colonialismo indirecto", librar "sin base alguna" la batalla por la liberación de Palestina, mientras que el columnista Ahmed Asid, sin dejar de expresar su solidaridad con los gazatíes, denunciaba la instrumentalización de las protestas por parte de los islamistas y los nacionalistas árabes, cuyas cosmovisiones los imazighen, añadía, rechazan "completa e irrevocablemente". En cuanto al periodista Moha Mouklis, luego de enfatizar que escribía como "un amazigh privado de sus derechos más básicos y legítimos: ser uno mismo en la tierra de sus ancestros y expresarse (...) libre de constricciones", clamaba contra los terroristas de Hamás, "una banda de criminales fundamentalistas que están perpetrando un genocidio contra su propio pueblo con el apoyo de los genocidas regímenes árabes". Y agregaba, indignado y contundente:
La muerte es su ideal, su cultura, el pilar de sus valores. La sociedad que dominan está adoctrinada en el crimen y el horror. Son vampiros que chupan la sangre de sus propios conciudadanos. Nada les importa que mueran cientos de niños (...) Piensan que irán directos al Paraíso. ¡Cuánto morbo insano!
¿Y la sedicente calle árabe? Es un rebaño de descerebrados que han sido adoctrinados (...) hasta perder el norte. Proclaman su odio a los judíos, a los que anhelan erradicar de la faz de la Tierra (...) Esa misma calle árabe, que se ve a sí misma como la voz de los pueblos, jamás mueve un dedo contra los crímenes que cometen los fundamentalistas de Hamás, o los regímenes arabo-islamistas contra poblaciones no árabes en Darfur, el Kurdistán, Egipto, Siria, Argelia o el Níger. ¡No! Y los derechos de los imazighen se supone que han de ser sacrificados en el altar del fundamentalismo árabe...
Resulta chocante que la denuncia de las matanzas en Gaza por parte de la calle y los intelectuales árabes no tenga por objeto defender el derecho de los palestinos a vivir en paz, sino denunciar la identidad del agresor: los judíos. ¿A quién le importan las matanzas de Hamás contra sus hermanos de Al Fatah? Esta macabra [actitud] alcanza su punto culminante cuando la calle árabe celebra jubilosa el que un adoctrinado muchacho palestino se haga volar por los aires en Tel Aviv.
(...)
¡No! El pueblo amazigh ama la vida y trabaja por perpetuarla. Nunca sucumbirá a los cantos de sirena de los traficantes de carne humana. Siempre sabrá defender las causas justas sin odio ni afán de venganza. Mientras que para la calle árabe y los fundamentalistas la muerte de decenas de mujeres y niños nada importa –dado que les vale el pasaje al Paraíso–, para los imazighen la vida de cada ser humano es sagrada y debe ser defendida por medios legales y respetando al prójimo.
Punto, pero aquí hay más denuncias de hombres libres asqueados por el doble rasero que se estila en aquellas tierras, que son también las suyas y que ellos quieren más abiertas, menos opresivas, para nada hostiles al pluralismo y la libertad.
Entre los imazighen, como en todos los pueblos del mundo, hay de todo, como en botica. También fundamentalistas islámicos, antisemitas, antisionistas, liberticidas. No vaya usted a confundirse por mi culpa. Tan amazigh es Moha Mouklis como el israelófobo Ahmed Sidqui, la reina Kahina como Tariq el invasor de España que dio nombre a Gibraltar, San Agustín o el bueno de Zinedine Zidane. Lo importante es saber qué prevalece, si son más los que apuestan por la civilización o por la berberísima barbarie. A ver si el ventarrón que está sacudiendo el Gran Oriente Medio contribuye a aclarar el panorama. Por lo pronto, los gritos de la calle árabe, contra sus gobernantes asesinos y ladrones, suenan bien. Y de maravilla los de los imazighen que piden tolerancia, pluralismo, laicismo y respeto a los derechos humanos. A juicio de un experto de la Universidad de Tel Aviv consultado por Aryeh Tepper, la creciente "visibilidad" del movimiento amazigh está añadiendo una "nueva dimensión" al escenario del Medio Oriente, y contribuir a que gane aún más presencia podría perfectamente "fortalecer" a los elementos democráticos en la región. Las líneas finales de este artículo correrán por cuenta del propio Tepper:
En un Medio Oriente auténticamente democrático y pluralista, los bereberes, los coptos, los kurdos, los bahais y demás grupos [étnicos o religiosos] –incluidos los judíos– podrán al fin sentirse en casa. Para que esto ocurra, es condición sine qua non que los árabes y los musulmanes de la región se liberen a sí mismos del sueño tan atractivo como destructor de un Medio Oriente arabo-islámico.
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