Los asesinos empezaron con Yoav, el hijo de once años de los Fogel, y con Elad, su hermano, de cuatro. Le cortaron el cuello a Yoav, y Elad fue apuñalado dos veces en el corazón. Luego, los asaltantes asesinaron a Ruth, acuchillándola mientras salía del baño. En la habitación contigua mataron a su marido Udi, y a su hija bebé, Hadas. Al parecer no se dieron cuenta de que en otra habitación, los niños Roi y Yishai, de ocho y dos años, estaban durmiendo. No fue hasta las doce y media, cuando Tamar –doce años– volvió a casa de su reunión del grupo de jóvenes de los viernes, y descubrió el horrible atentado. La mayor parte de la casa estaba bañada en sangre, y el niño de dos años acabo sacudiendo los cuerpos de sus padres, gritándoles que se despertaran.
Así relata el columnista Jeff Jacoby el espeluznante crimen de los llamados Mártires de AlAqsa, el brazo armado de Fatah, partido que controla la Autoridad Palestina. Es decir, la vertiente "moderada" frente al extremismo de Hamas. El presidente Abbas condenó "toda violencia contra civiles" y el moderadísimo, suave y preferido de los occidentales, el primer ministro Salam Fayyad explicó –como si ante estos hechos una explicación fuese de rigor–, que "la violencia (israelí) no podía justificar la violencia (palestina)". Bien.
Esto sucede –pues los muertos eran todos colonos del asentamiento de Itamar, en Samaria, Cisjordania– en el contexto de la reavivada discusión sobre éstos en el denominado proceso de paz. Discusión renacida e impulsada por el extraordinario interés del presidente Obama de hacer de estos uno de los asuntos principales, y aun el único, de las negociaciones. De hecho, aunque la noticia arriba contada ha pasado desapercibida –entre la calamidad natural del Japón y la humana de Libia, la que de alguna manera sí ha destacado–, y además se ha criticado con la misma naturalidad de siempre, fue la autorización del primer ministro Netanyahu de dar permisos para construcción en asentamientos existentes.
Pero precisamente ahora que el tirano parece prevalecer en Libia –y no se quejará de lo bien que nos hemos portado en Occidente aunque no le hayamos cogido el teléfono–, y que se advierte que para implantar la democracia en Oriente Medio es necesario primero estar en condiciones de prevalecer militarmente, es oportuno recordar el último pilar de la Doctrina Bush.
Era este la aplicación de toda su estrategia al llamado conflicto palestino-israelí. Lo que significaba, y se reflejó luego en el proceso de paz denominado Hoja de Ruta, era la renuncia al terrorismo por parte de los palestinos y la desvinculación de sus autoridades de la violencia. Si Bush rechazaba el relativismo en política exterior –Muamar, bienvenido de nuevo, bien sabes que esas declaraciones a favor de los rebeldes eran para la galería– y propugnaba la moralización frente al realismo, si entendía que no se podía distinguir entre los terroristas y los estados que los cobijaran, y si consideraba que había que actuar antes de que se materializaran las amenazas, era porque creía –y he aquí el cuarto pilar– que esto era también de aplicación a la situación de Israel y Palestina.
Por eso fue el primer presidente americano en hacer pública la posición de la convivencia de dos estados, en su discurso de 24 de junio de 2002, y en proponer una Hoja de Ruta para lograrlo. La premisa de esta era según su nombre completo, "Una hoja de ruta basada en el cumplimiento de objetivos", lograr primero "un liderazgo del pueblo palestino que actuara decisivamente en contra del terrorismo y que deseara y fuera capaz de construir una democracia efectiva basada en la tolerancia y la libertad".
En este contexto, Bush, o sea, Bush, es decir, Bush, pedía al gobierno de Israel en la Primera Fase, la determinada por el fin de la violencia y la formación de unas instituciones palestinas que pudieran ser democráticas y no terroristas, que desmantelara asentamientos establecidos desde marzo de 2001 y se abstuviera de construir nuevos.
El resto de la historia es conocida. La entrega de territorio unilateral de Israel a cambio de paz en Gaza propició la victoria de la organización terrorista Hamas allí, mientras los secuestros de Hezbolá provocaban en 2006 la guerra del Líbano ocurrida tras la retirada unilateral de los israelíes del Sur del país en 2000. Ello no impidió que el progresismo oficial siguiera considerando Gaza, ahora más que nunca "un campo de concentración". Cuando el territorio dependía de Israel era "ocupado", y –delicadeza siempre con las palabras– un gueto, y si lo abandonaba, pasaba a ser un campo de concentración. Con tanta opción, es difícil acertar. En cuanto a los asentamientos, tras fracasar el proceso de la Hoja de Ruta, no en escasa medida por la continuación del terrorismo y la aparición de Hamas, Israel reanudó la actividad constructora con medidas unilaterales internas de control, a veces vulneradas, pero ya liberado de una obligación.
Al llegar Obama al poder decidió hacer de ello el único tema, sin volver a insistir en sus premisas, y dependiente de él la reactivación del llamado proceso de paz. Este es el resultado.
Los asentamientos podrán considerarse políticamente inoportunos pero no cabe dudar de su legalidad, a pesar de que la ilegalidad –para la que se alega, y esto ya es macabro, un supuesto de la Convención de Ginebra de 1949 destinado a impedir el traslado forzoso de poblaciones practicado por los Nazis– se da por supuesta en todos los medios. Pero la cuestión es otra, siempre la misma. Israel, siguiendo el mandato de Moisés, ha elegido la vida, mientras que su entorno sigue sin considerarlo un estado legítimo y el antisemitismo y el odio contra él se cultivan en Occidente y, como no, entre los países árabes y de Oriente Medio.
Así, en el "campo de concentración" de Gaza se repartieron bombones y pasteles para celebrar el asesinato de los Fogel.
En suma, si la doctrina Bush, de presencia americana en el mundo, al lado de sus aliados, trajo la democracia a Irak y el derrocamiento de la dictadura, y si puso las bases para la aparición de dos estados conviviendo en paz, la doctrina Obama ha traído como resultado al tirano reevaluado en Libia y la vuelta de los palestinos a las viejas costumbres. En sólo dos años. No está mal. El mundo tiembla de lo que puede ser capaz en ocho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario