Puttermesser», inédita en español
ABC
Los caprichos de la industria editorial española han hecho que Cynthia Ozick
(Nueva York, 1928), una de las grandes de la literatura anglosajona del
siglo XX, haya pasado más o menos desapercibida en nuestro país. «Los papeles de Puttermesser» (Mardulce), novela inédita hasta ahora en español, es una espléndida oportunidad para reivindicar la figura de esta «Emily Dickinson del Bronx».
Su obra, crecida al amparo de Henry James (su héroe literario), ha definido como pocas las sombras de la inmigración, las cicatrices del Holocausto
(ella es judía) y la construcción de la identidad cuando todo, salvo
uno mismo, está perdido. A sus 86 años, Ozick sigue escribiendo sin
premura ni descanso y respondió, vía e-mail, la llamada de ABC Cultural.
Lo hizo a su manera, tomándose «la libertad de abordar muchas» de las
preguntas que recibió «como un todo puntillista, en lugar de tratar de
responderlas una a una».
«Para empezar -asegura la escritora-, su pregunta más
intrigante: sí, creo en la verdadera existencia de la musa; conozco bien
su carácter y la puedo describir. Es implacable. Acecha siempre en
segundo plano, suspendida del techo o agazapada bajo una silla. Si
intentas asustarla, permanece obstinadamente presente, molestando,
reprendiendo, exigiendo. Interrumpe las comidas, no te deja dormir, y si
echas una cabezadita, te persigue en sueños.»
«El Holocausto me busca y me atrapa, incluso contra mi voluntad»
«En cualquier caso -concluye la autora-, pasaron años antes
de que me sintiese capaz de afirmar que era escritora. Aunque escribía
constantemente, no me permití dicha afirmación hasta que dispuse de un
número adecuado de publicaciones. Para entonces, por supuesto, me había
convertido en una especie de fanática, ‘‘normal’’ en apariencia, pero
una anomalía en la sociedad (como lo es, por naturaleza, todo escritor
obsesionado con las palabras), y prefería las ideas a la cháchara, y
respirar libre en soledad y en el silencio de la noche. Es entonces
cuando uno se libera de la musa y de sus incesantes arengas: viendo que
ya no es útil (¡como si alguna vez lo hubiese sido, esa bribona!), huye
al fin.»
- ¿Alguna vez ha pensado en el alivio que supondría decir basta, ya no escribo más?
- Me pregunto si esta cuestión está relacionada con la
famosa confesión de Philip Roth: «Se acabó la lucha». Esto da a entender
que el escritor ha estado, casi en todo momento, libre de la abrumadora
interrupción externa. Un escritor que está sometido a interrupciones
constantes no encontrará alivio en que se le permita parar, sino en que
se le permita seguir, seguir y seguir.
- Ha escrito poesía, novelas, relatos cortos, ensayos...
- Escribí poesía de manera obsesiva en la adolescencia y
hasta mediada la treintena. Alguien -¿T. S. Eliot o Goethe?- comentó que
todo autor es poeta hasta los 35, pero sólo los verdaderos poetas lo
siguen siendo; los demás pasan a ser meros escritores. La atracción de
los relatos era, supongo, mayor. Un relato corto, construido como está
sobre un solo destello revelador, su «epifanía», se acerca más en
esencia a un poema. Pero una novela permite muchos de esos destellos,
porque teje y teje su complejidad con múltiples hilos.
- ¿Cree usted en la literatura?
- Ah (suspira), sí. Por eso no acepto ningún enfoque,
aparentemente literario, sobre la edad de un escritor. La palabra y la
obra son intemporales. De modo que cuando me pregunta si el sentimiento
que experimenté con mi primera publicación es distinto al que siento
ahora, me siento sencillamente perpleja. La publicación (¡impresión,
semiobsoleta impresión!) produce un sentimiento de culminación del que
ningún escritor, novato o veterano, puede prescindir.
- ¿Tiene una noción platónica del escritor?
- Sí. La palabra disuelve el tiempo. Con ella podemos
asociarnos con los antiguos, y penetrar en todos los credos y mensajes
del mundo, y atisbar indicios del conocimiento y la sabiduría y, en
último término, del amor y la mortalidad.
- ¿Puede un escritor evitar la ambición? ¿Qué opina del reconocimiento? ¿Piensa que sus libros la sobrevivirán?
- La ambición no tiene importancia literaria; es ansia de
poder y fama. Aun así, puede ir, y a menudo ha ido, asociada con la
escritura. Pero el de escritor es en esencia un trabajo humilde, plagado
de hirientes dudas sobre uno mismo; aunque escribir sin reconocimiento
significa un eclipse demoledor y doloroso. Estoy segura de que mis
libros no me sobrevivirán: ¿con qué frecuencia lo hemos visto entre
nuestros contemporáneos, aquellos que en otro tiempo estuvieron en boca
de todos (y yo no lo estoy) y, al morir, mueren dos veces?
- El Holocausto figura en muchos de sus relatos. ¿Siente que es un tema que debe afrontar en su obra?
- Es un «tema» (qué palabra tan anodina para una matanza
tan masiva y brutal) que me busca y me atrapa, incluso contra mi
voluntad. Pero es Europa en particular, a pesar de las beaterías de sus
múltiples monumentos, la que debería afrontar de nuevo su despiadada
historia. En especial en este momento, cuando el «nunca más» se ha
transformado en el «hagámoslo otra vez» de Hamás. Un sentimiento
cordialmente, a veces alegremente, acompañado por un aterrador
resurgimiento del antisemitismo en las grandes capitales de Europa.
- ¿Cuáles son las razones de ese antisemitismo?
- Siguen dando viejas «razones» como el libelo de sangre,
nuevas «razones» como las mentiras, los engaños y los bulos
demonizadores del antisemitismo, que hoy lleva la máscara fraudulenta
del antisionismo. No faltan las falsedades derogatorias que adoptan la
apariencia de una «razón». Quizá todo antijudío mantenga oculto un
retrato de su propia alma y, al reflejarse en él, le revele la verdadera
razón para odiar a los judíos: la depravación hasta la médula del que
odia.
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