Tiene fama de ser la ciudad con los peores mosquitos de Siberia. Pero estos no son la primera razón por la que se conoce a esta ciudad rusa perdida en los confines de la estepa siberiana, muy cerca de la frontera con China. En 1934, Stalin decidió que Birobidzhan sería la capital de la Región Autónoma Judía, un Estado creado por él mismo para alojar a toda la población hebrea de la Unión Soviética.
Lo primero que se ve al llegar por carretera es un gigantesco monumento de estilo soviético con el nombre del municipio inscrito en hebreo y en ruso. Este último, sin embargo, es el único idioma que se escucha por sus calles. "Aquí todavía residen algunos judíos, pero la mayoría son viejos", explica Veronika, una cincuentona regordeta de ojos grises y nariz respingona, de origen ucraniano.
Se estima que alrededor de 30.000 judíos llegaron a esta región inhóspita de Siberia durante los años treinta. Algunos forzados, incluso antes de que se estableciese el oblast judío, huyendo de los pogromos y el antisemitismo de los primeros años de la URSS. Pero la mayoría acudieron por iniciativa propia, escapando del hambre y de la miseria que azotaron las regiones de la Rusia europea, especialmente a Ucrania, al iniciarse la colectivización del campo. También judíos emigrados de EEUU se instalaron en Birobidzhan tras el crash del 29 y trataron de fundar su hogar en esta región de naturaleza hostil, donde la temperatura media en invierno oscila los -20ºC. Tras derrumbarse la URSS, el éxodo a Estados Unidos e Israel fue masivo, y actualmente quedan menos de 2.000 judíos, casi todos ancianos.
La mayoría acudieron por iniciativa propia, escapando del hambre y de la miseria que azotaron las regiones de la Rusia europea
"Los últimos años han sido muy duros por el cierre de las fábricas. Pero la situación económica ha empezado a mejorar y cada vez hay más trabajo", asegura Veronika mientras espera el autobús en la avenida Lenin, la arteria principal de cualquier ciudad rusa. La presencia de diversos edificios en construcción es señal de que la economía de la población minera ha empezado a repuntar gracias al comercio con China y al dinero enviado por las comunidades judías en Israel y EEUU. En la ciudad hay dos sinagogas y una biblioteca, con una de las colecciones de documentos en yiddish más valiosas de Rusia, restauradas con fondos de asociaciones internacionales judías.
Birobidzhan cobra cierto aire de parque temático con la presencia de tantos símbolos semitas, cuando casi no quedan judíos. Estatuas de Lenin y emblemas soviéticos con la hoz y el martillo conviven con esculturas de la estrella de David y candelabros de siete brazos (Menorá) de gran tamaño, como el que preside la plaza frente a la estación de tren.
Ni siquiera en su museo de Historia hay empleados semitas. "Mi familia es de origen georgiano, pero también tenemos la nariz muy grande", bromea una de las guías cuando le pregunto si es judía. En el museo se exponen fotografías de los primeros colonos judíos que posan sonrientes sobre un tractor, en un intento de retratar la imagen del trabajador feliz en la "tierra prometida" por Stalin. La propaganda política también se ha encargado de borrar de la exposición toda referencia a las purgas antisemitas del líder soviético incluso contra los judíos de esta región, que todavía hoy conserva el mismo nombre.
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