Para empezar: es falso que España y Marruecos hayan sido o sean aliados o tengan buenas relaciones. Que sean vecinos y estén obligados a no ir a la guerra no significa que sean aliados. Culturalmente se trata de países diametralmente distintos; políticamente, son regímenes opuestos; estratégicamente, son países enfrentados.
Culturalmente, islam y cristianismo son incompatibles en territorio marroquí, donde Mohamed VI lleva tiempo persiguiendo y expulsando a misioneros cristianos. Más aún, desde que el moro Muza cruzó el estrecho, la cristiana España ha mirado con temor y aprehensión al otro lado del estrecho, donde Marruecos ha hecho suya en la modernidad la cultura expansionista. Por otro lado, políticamente España es una democracia, con todas sus debilidades; Marruecos una dictadura que vulnera los derechos humanos de los marroquíes, ocupa ilegalmente por la fuerza el Sáhara Occidental y genera inestabilidad con sus vecinos, uno de ellos España.
Los llamados "intereses comunes" son simplemente el interés de España en que Marruecos controle y no utilice contra nuestro país tres amenazas que vienen del sur: el terrorismo islámico, el tráfico de drogas y la inmigración ilegal. Por lo menos en los dos últimos está involucrada parte de la administración marroquí. Hay que sumar, además, el interés turístico de grupos hoteleros, algunas empresas y el lobby marroquí incrustado en partidos y medios de comunicación españoles, más intereses particulares que otra cosa. Pero en lo fundamental, el Gobierno de Marruecos entorpece nuestros intereses más que favorecerlos, agrava los problemas y a veces los crea en beneficio propio. Son sus intereses, y no los españoles, lo que le interesa, y no podemos reprochárselo.
Estratégicamente, España y Marruecos han estado enfrentados en dos cuestiones territoriales básicas: la ocupación brutal del Sáhara Occidental, antiguo territorio español, por parte de Marruecos; y las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, además del resto de posesiones españolas en el estrecho, amenazadas por Marruecos desde su misma fundación como reino teócrata.
En este sentido, no pasa desapercibida la actitud de Zapatero ante el Sáhara, como se comprobó en el caso Aminatu, rompiendo la tradición española de defensa más o menos continua del referéndum aprobado por la ONU frente a las ambiciones marroquíes. España está más dispuesta a ponerse del lado marroquí que en el de la legalidad internacional. Mal precedente.
Por otro lado, ningún vecino nuestro es ajeno a la política exterior de Moratinos y Zapatero, la de la rendición preventiva y el apaciguamiento. El argumento marroquí nos podrá molestar, pero es impecable: si a los piratas somalíes, a Chávez o a Al Qaeda les valen las amenazas y el chantaje, ¿por qué no con Marruecos? Las tendencias proislamistas del Gobierno, con la Alianza de Civilizaciones, ahondan en la certeza exterior de que España nunca se enfrentará con un país que le rete, sobre todo si es musulmán.
Más: a la voluntaria desaparición española de las grandes cuestiones internacionales se suman, primero, la mala imagen de Zapatero ante los socios de España, poco de fiar e incapaz, como se ha visto con la Presidencia Europea y con el alejamiento de Obama; y segundo, su posición interior, débil y apoyado en minorías antisistema y dispuestas a dar la razón a nuestro vecino del sur.
Lo cual se une al hecho de que los marroquíes celebran como algo histórico la Marcha Verde, operación civil-militar perfectamente planificada, y que incluyó matanzas de saharauis. La utilización de organizaciones civiles como vanguardia del régimen contra Ceuta y Melilla es una idea que Marruecos baraja hace tiempo, porque ha comprobado que España no es Israel, que sí se defiende de activistas violentos y coordinados –caso de la flotilla– . El bloqueo a Melilla y las acciones en la frontera se basan en el mismo principio de la Marcha Verde: lanzar a los civiles para evitar a los militares, con la evidencia histórica de que su vecino-rival-enemigo del norte cederá otra vez. Ceuta y Melilla caerán así.
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