La revolución europea. Cómo el Islam ha cambiado el viejo continente
Christopher Caldwell
Tras la II Guerra Mundial, Europa se avergonzaba de sí misma. Aunque fascistas, nazis y comunistas eran los causantes directos de la catástrofe, el sentido de culpa impregnaba a millones de europeos que, de una forma u otra, se habían visto implicados en una brutalidad nunca vista. Gran Bretaña constituía una excepción. Cuna de la democracia liberal, había vencido en el conflicto pero estaba perdiendo a chorros su imperio, el mayor de la historia, ante el bochorno y la inseguridad de sus ciudadanos. España desembocaba en una dictadura a la salida de una miserable guerra civil. Con este telón de fondo comienza Christopher Caldwell (Massachusetts, 1962) a desplegar una cuidada y documentada argumentación en torno a lo que constituye la tesis central de este volumen: víctima de su complejo de culpa, el Viejo Continente está aceptando una inmigración islámica masiva que acabará transformando los valores y la cultura que los europeos han conseguido con la tenacidad de muchos siglos.
Dicho así, cabe pensar que Caldwell es un norteamericano republicano, neoconservador e islamófobo que contempla a los europeos como un atajo de ingenuos y superficiales materialistas. Tal vez lo sea, o tal vez sea un periodista que no acepta las reglas de lo políticamente correcto. Sus referencias son las de un buen conocedor de Europa. Nacido en 1962, se graduó en la Universidad de Harvard en literatura inglesa. Colabora tanto con el conservador The Weekly Standard como con el demócrata The New York Times o en The Washington Post.
La revolución europea dedica su primera parte a hacer un recorrido histórico y económico a lo largo y ancho de una Europa empeñada, tras la guerra, en su reconstrucción. Caldwell muestra con eficacia cómo las élites políticas y económicas de los países implicados organizan, con vistas a su recuperación, programas destinados a reclutar mano de obra foránea. Esos primeros años constituyen, por sus premisas confusas y equivocadas, el comienzo del malentendido en la política inmigratoria europea. Las creencias más extendidas entre los europeos venían de las ideas que habían permeado la sociedad a partir de las moderadas, y con frecuencia exitosas, migraciones de finales del XIX y principios del XX.
Con esas ideas en la cabeza de políticos, financieros y periodistas, se iniciaron los programas de trabajadores invitados, los llamados gastarbeiter en Alemania. Dichos programas -Suecia fue el país pionero- eran acuerdos bilaterales entre los países del milagro económico y los estados en los que faltaba empleo o divisas y sobraba pobreza. El mecanismo era sencillo y eficaz: se enviaban delegaciones a las naciones necesitadas con el fin de escoger equipos de trabajadores jóvenes para importarlos por temporadas breves, con frecuencia dos años, pasados los cuales regresarían a casa.
Alemania no comenzó a importar mano de obra hasta 1955. Comenzó con trabajadores italianos pero en poco tiempo los turcos conformaron el grueso de la inmigración. En los primeros años los que llegaron fueron en su mayoría varones solteros. Vivían en residencias y trabajaban de modo mayoritario en las minas y plantas siderúrgicas del Rin y del Ruhr. Diligentes y cumplidores, sus jefes estaban contentos con ellos, no se les pagaba como a los nativos alemanes y se suponía que debían rotar. Unos llegaban y otros se volvían contentos a sus casas en Turquía, país cuya economía recibía con entusiasmo la llegada de los marcos alemanes. Aunque Alemania lideró por volumen y recursos esta etapa migratoria, el modelo alemán fue seguido por otros países.
Como describe Caldwell con su fluida prosa y datos precisos, con los años se abrió una brecha entre lo que entendían los europeos nativos de varias generaciones como gastarbeiter invitados y la interpretación que los emigrados hacían de la invitación recibida y de los derechos y obligaciones que implicaba. De una forma u otra, con sobreentendidos o sin ellos, Europa se convirtió en un destino asequible a los movimientos migratorios. Según datos de la International Organization for Migration (IOM), en 2005 había más de 200 millones de emigrantes, de los cuales Europa acogía a 70,6 millones. Por detrás se situaba EE.UU con 45,1 millones de emigrantes.
Para Caldwell esta llegada masiva está transformando Europa -de ahí el título de este volumen- y produciendo un cambio de severas consecuencias. En su opinión, los europeos lucharon hasta los años 50 del pasado siglo contra la intolerancia y construyeron valores como individualismo, democracia, libertad, derechos humanos y consideración al creciente papel de las mujeres en todos los órdenes. Con la llegada de otras culturas en medio de una atmósfera de culpabilidad, la ideología de la tolerancia se ensanchó y se fue construyendo un nuevo orden moral que Caldwell considera basado en la creencia de que todas las culturas son iguales en sus valores y merecen idéntico respeto.
Dentro del nuevo y numeroso mosaico de culturas inmigradas a la UE, la islámica es la que encarna no sólo el deseo de no integrarse sino la suplantación o el rechazo directo a los valores que conforman la identidad europea. Caldwell afirma que hay unos 20 millones de musulmanes en Europa si se cuenta a los musulmanes nativos de los Balcanes. Añade que dicha cifra hay que interpretarla a la luz del planteamiento del sociólogo inglés Coleman, según el cual el número de hijos de las europeas es ridículo comparado con la tasa de natalidad de las mujeres musulmanas.
Al argumento demográfico añade el religioso. En muchas ciudades el núcleo fuerte de creyentes es musulmán. Con alarma transcurre la última parte de un libro que acusa a Europa de dejadez en los valores que históricamente la han constituido. Ni el multiculturalismo holandés, ni la laïcité en Francia, el descuido legal benevolente en Gran Bretaña o la meticulosidad constitucional en Alemania resuelven, en opinión de Caldwell, el cambio cultural derivado de la inmigración, sobre todo, de la inmigración islámica confrontada con una cultura que se ha vuelto “insegura, maleable y relativista”.
En España este libro cobra un interés especial. Nuestro pasado musulmán, el brutal atentado del 11 de marzo de 2004 o la amnistía a 700.000 inmigrantes ilegales que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero concedió en 2005 proporcionan gran interés a un libro que ya de por sí se sitúa en un terreno polémico.
Fuente:Bernabe Sarabia / Elcultural.es
Dicho así, cabe pensar que Caldwell es un norteamericano republicano, neoconservador e islamófobo que contempla a los europeos como un atajo de ingenuos y superficiales materialistas. Tal vez lo sea, o tal vez sea un periodista que no acepta las reglas de lo políticamente correcto. Sus referencias son las de un buen conocedor de Europa. Nacido en 1962, se graduó en la Universidad de Harvard en literatura inglesa. Colabora tanto con el conservador The Weekly Standard como con el demócrata The New York Times o en The Washington Post.
La revolución europea dedica su primera parte a hacer un recorrido histórico y económico a lo largo y ancho de una Europa empeñada, tras la guerra, en su reconstrucción. Caldwell muestra con eficacia cómo las élites políticas y económicas de los países implicados organizan, con vistas a su recuperación, programas destinados a reclutar mano de obra foránea. Esos primeros años constituyen, por sus premisas confusas y equivocadas, el comienzo del malentendido en la política inmigratoria europea. Las creencias más extendidas entre los europeos venían de las ideas que habían permeado la sociedad a partir de las moderadas, y con frecuencia exitosas, migraciones de finales del XIX y principios del XX.
Con esas ideas en la cabeza de políticos, financieros y periodistas, se iniciaron los programas de trabajadores invitados, los llamados gastarbeiter en Alemania. Dichos programas -Suecia fue el país pionero- eran acuerdos bilaterales entre los países del milagro económico y los estados en los que faltaba empleo o divisas y sobraba pobreza. El mecanismo era sencillo y eficaz: se enviaban delegaciones a las naciones necesitadas con el fin de escoger equipos de trabajadores jóvenes para importarlos por temporadas breves, con frecuencia dos años, pasados los cuales regresarían a casa.
Alemania no comenzó a importar mano de obra hasta 1955. Comenzó con trabajadores italianos pero en poco tiempo los turcos conformaron el grueso de la inmigración. En los primeros años los que llegaron fueron en su mayoría varones solteros. Vivían en residencias y trabajaban de modo mayoritario en las minas y plantas siderúrgicas del Rin y del Ruhr. Diligentes y cumplidores, sus jefes estaban contentos con ellos, no se les pagaba como a los nativos alemanes y se suponía que debían rotar. Unos llegaban y otros se volvían contentos a sus casas en Turquía, país cuya economía recibía con entusiasmo la llegada de los marcos alemanes. Aunque Alemania lideró por volumen y recursos esta etapa migratoria, el modelo alemán fue seguido por otros países.
Como describe Caldwell con su fluida prosa y datos precisos, con los años se abrió una brecha entre lo que entendían los europeos nativos de varias generaciones como gastarbeiter invitados y la interpretación que los emigrados hacían de la invitación recibida y de los derechos y obligaciones que implicaba. De una forma u otra, con sobreentendidos o sin ellos, Europa se convirtió en un destino asequible a los movimientos migratorios. Según datos de la International Organization for Migration (IOM), en 2005 había más de 200 millones de emigrantes, de los cuales Europa acogía a 70,6 millones. Por detrás se situaba EE.UU con 45,1 millones de emigrantes.
Para Caldwell esta llegada masiva está transformando Europa -de ahí el título de este volumen- y produciendo un cambio de severas consecuencias. En su opinión, los europeos lucharon hasta los años 50 del pasado siglo contra la intolerancia y construyeron valores como individualismo, democracia, libertad, derechos humanos y consideración al creciente papel de las mujeres en todos los órdenes. Con la llegada de otras culturas en medio de una atmósfera de culpabilidad, la ideología de la tolerancia se ensanchó y se fue construyendo un nuevo orden moral que Caldwell considera basado en la creencia de que todas las culturas son iguales en sus valores y merecen idéntico respeto.
Dentro del nuevo y numeroso mosaico de culturas inmigradas a la UE, la islámica es la que encarna no sólo el deseo de no integrarse sino la suplantación o el rechazo directo a los valores que conforman la identidad europea. Caldwell afirma que hay unos 20 millones de musulmanes en Europa si se cuenta a los musulmanes nativos de los Balcanes. Añade que dicha cifra hay que interpretarla a la luz del planteamiento del sociólogo inglés Coleman, según el cual el número de hijos de las europeas es ridículo comparado con la tasa de natalidad de las mujeres musulmanas.
Al argumento demográfico añade el religioso. En muchas ciudades el núcleo fuerte de creyentes es musulmán. Con alarma transcurre la última parte de un libro que acusa a Europa de dejadez en los valores que históricamente la han constituido. Ni el multiculturalismo holandés, ni la laïcité en Francia, el descuido legal benevolente en Gran Bretaña o la meticulosidad constitucional en Alemania resuelven, en opinión de Caldwell, el cambio cultural derivado de la inmigración, sobre todo, de la inmigración islámica confrontada con una cultura que se ha vuelto “insegura, maleable y relativista”.
En España este libro cobra un interés especial. Nuestro pasado musulmán, el brutal atentado del 11 de marzo de 2004 o la amnistía a 700.000 inmigrantes ilegales que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero concedió en 2005 proporcionan gran interés a un libro que ya de por sí se sitúa en un terreno polémico.
Fuente:Bernabe Sarabia / Elcultural.es
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