El presidente Ahmadinejad tiene una cierta inclinación hacia la locura, como cuando la semana pasada denunció al Pulpo Paul, el omnisciente oráculo del resultado de ocho partidos consecutivos del Mundial, como símbolo de la decadencia occidental y mensajero de nuestra "propaganda y superstición".
Pero a pesar de todas sus payasadas, Ahmadinejad no deja de ser un tipo calculador y peligroso. ¿De qué "dos países" habla? Por lógica deberían ser Siria y el Líbano. Hezbolá se ha armado con 50.000 proyectiles y ha dejado claro que está en posición de empezar una guerra en cualquier momento. Un enfrentamiento a esta escala involucraría inmediatamente a Siria, lo que a su vez invitaría a la intervención iraní en defensa de sus principales satélites árabes y del primer puesto avanzado persa a orillas del Mediterráneo en 1.400 años.
La idea de que Israel, y no digamos Estados Unidos, tiene el más mínimo interés en empezar una guerra en el norte de Israel es demencial. Pero los anuncios de ataques inminentes son cosa seria en esa región. En mayo de 1967, la Unión Soviética mintió a su satélite, Egipto, asegurándole que Israel se preparaba para atacar a Siria. Estos rumores infundados provocaron una sucesión de acontecimientos –la movilización de los ejércitos árabes, el bloqueo a Israel por el sur, la precipitada firma de un pacto militar inter-árabe– que condujeron a la Guerra de los Seis Días.
No existe ninguna prueba que sustente el anuncio de Ahmadinejad. Entonces, ¿qué se trae entre manos?
Es un indicio de que está sometido a fuertes presiones. La aprobación de las débiles sanciones de las Naciones Unidas fue acompañada de sanciones unilaterales de Estados Unidos, Canadá, Australia y la Unión Europea. Ahora mismo, informa Reuters, Irán está sufriendo un acusado descenso de las importaciones de gasolina porque Lloyd's se niega a asegurar los buques que la transportan.
En segundo lugar, los estados árabes ya no están susurrando al oído su deseo de que Estados Unidos destruya militarmente las instalaciones nucleares iraníes. El embajador en Washington de los Emiratos Árabes Unidos lo dijo abiertamente en una conferencia hace unas semanas.
Poco antes de la Guerra del Golfo de 1991, Pat Buchanan dijo que "los únicos dos grupos" que querían que Estados Unidos liberase Kuwait por la fuerza eran "el Ministerio israelí de Defensa y sus feligreses en Estados Unidos". Fue una acusación estúpida, refutada por el hecho de que George H.W. Bush fue a la guerra encabezando a más de una treintena de naciones, incluyendo la coalición más amplia de estados árabesque hayaencabezado nunca Estados Unidos.
Veinte años más tarde, el libelo vuelve en forma de la sugerencia calumniosa de que los únicos que quieren que Estados Unidos ataque las instalaciones nucleares de Irán son Israel y sus defensores estadounidenses. El embajador de los Emiratos Árabes Unidos no es, que se sepa, ni israelí, ni norteamericano ni judío. Su deseo manifestado públicamente de un ataque a las instalaciones nucleares de Irán plasma el intenso temor árabe, próximo al pánico, al programa nuclear de Irán y la esperanza en que Estados Unidos lo corte por lo sano.
En tercer lugar, y tal vez lo más preocupante desde el punto de vista de Teherán, están los cambios que están teniendo lugar en los Estados Unidos. El ex director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la CIA Michael Hayden insinuó que, según pasaba el tiempo, un ataque militar parecía en su opinión cada vez más preferible vistas las alternativas. Hayden no es ningún insider de la administración Obama, pero Time ha informado que altos funcionarios de la administración vuelven a considerar una vez más la opción militar. Estos cambios podrían ser reflejo de una cierta sensación de urgencia o simplemente un farol destinado a volver más dócil a Teherán. Pero en cualquiera de los casos, sugiere que tras dieciocho meses de diálogo fracasado el Gobierno está endureciendo su postura.
Este cambio ya está teniendo repercusión. El régimen iraní está empezando a darse cuenta de que hasta la paciencia del presidente Obama tiene límites y de que Irán puede enfrentarse realmente a una respuesta seria a su desafío nuclear.
Toda esta presión bastaría para derrumbar a un régimen ya inestable y despojado de legitimidad interna. De ahí la advertencia por lo demás inescrutable de Ahmadinejad acerca de un ataque israelí a dos países. (El ministro de Defensa Ehud Barak decía a Fox News: "¿Cuál es el segundo?") Es un recordatorio puntual al mundo de la capacidad de Irán de provocar, a través de Siria y Hezbolá, un incendio regional.
Este es el habitual órdago que echan los líderes de un régimen disfuncional que se encuentran bajo una creciente presión. La única esperanza de obligarles a cambiar de rumbo es elevar de forma implacable su impresión de que, si no lo hacen, los estados árabes, Israel, los europeos y Estados Unidos, de una forma u otra, terminarán llevándoles a la ruina.
Fuente:libertaddigital.com
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