Por Jeff Jacoby
Bienvenidos al segundo año de estrategia Dialoguemos con Teherán del presidente Obama.
"A aquellos que se atornillan al poder por medio de la corrupción, el engaño y el silenciamiento de las voces discrepantes: os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño", dijo Obama en su discurso inaugural. Los ayatolás replicaron diciendo que lo del presidente de Obama no era sino "la mano de Satán enfundada en un guante nuevo". "Ahora, el Gran Satán tiene un rostro negro", llegó a decir un portavoz de Jamenei.
Ese intercambio inicial marcó la pauta de lo que ha venido después. Una y otra vez, Obama ha tratado de "tender una mano'' a los gobernantes de Irán: mandó un mensaje de buena voluntad con motivo del Nowruz, el año nuevo persa, guardó silencio ante el fraude electoral de las presidenciales iraníes de junio... y siguió hablando de diálogo cuando el régimen islamista bañó en sangre las protestas contra el pucherazo; pues bien, Jamenei le ha acusado de insultar a la República Islámica "desde el primer momento" y ha rechazado en público las propuestas que aquél le ha hecho en privado; y ha afirmado que negociar con Estados Unidos sería "ingenuo y perverso''.
Teherán ha despachado con desprecio los plazos fijados por Washington para que diera cuenta de su programa nuclear. "[Pueden poner] tantos plazos como deseen, no nos importa", bramó Ahmadineyad ante sus partidarios en diciembre. ¿Y por qué les iba a importar, cuando sus reiterados incumplimientos no han tenido consecuencia alguna?
Durante un año, la Administración Obama hizo casi cualquier cosa para demostrar que la amenaza iraní se podía desactivar a base de paciencia y diálogo. Ese año, los déspotas de Teherán se dedicaron a seguir adelante con sus planes atómicos, despreciar el derecho internacional, perfeccionar un misil de 1.200 millas de alcance, llenar de armas y dinero a varios grupos terroristas y detener, torturas y ahorcar a disidentes.
Los apocalípticos gobernantes iraníes no han aflojado el puño, y ningún gesto de buena voluntad les convencerá de que se decidan a hacerlo. Puede que hace un año Obama no lo tuviera claro; ahora debería tenerlo todo el mundo.
Cuanto más cerca esté Teherán de poseer armas nucleares, más importante, crucial, será aislarlo y, finalmente, sustituirlo. No son sólo los halcones de derechas los que piensan así. En ensayo publicado recientemente en el New York Times, Alan J. Kuperman, director del Programa de Prevención de la Proliferación Nuclear de la Universidad de Texas y ex asesor congresistas de izquierdas tan señalados como Charles Schumer y Thomas Foley, instaba al lanzamiento de ataques aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes. Daniel Pipes, del Middle East Forum, ha urgido a Obama a ordenar esos ataques antes de que sea demasiado tarde; y observado que, según las encuestas, la mayoría de los estadounidenses es partidaria del empleo de la fuerza para impedir que Irán sea nuclear.
En las últimas semanas el Congreso ha aprobado la imposición de fuertes sanciones a Irán, entre las que se cuenta la suspensión de su acceso a las importaciones norteamericanas de combustible, algo ciertamente notable, dado que Teherán depende de la exportación de petróleo. En el Senado, esa medida obtuvo un resultado positivo de 421 a 12: pocas cosas hay en Washington que tengan un respaldo tan abrumador y bipartidista.
Puede que aún estemos a tiempo de neutralizar la amenaza de un Irán nuclear sin recurrir a la fuerza militar, pero nunca lo sabremos si el presidente no se deshace de su fantasiosa pasión por el diálogo. Millones de disidentes iraníes anhelan tener un Gobierno decente. Su causa se vería fabulosamente impulsada si recibieran el respaldo incondicional de la Administración Obama, concretado en sanciones muy duras.
Los mulás nunca van a aflojar el puño voluntariamente. La mayoría de los estadounidenses lo sabe: ya va siendo hora de que también lo sepa su presidente.
JEFF JACOBY, columnista de The Boston Globe.
"A aquellos que se atornillan al poder por medio de la corrupción, el engaño y el silenciamiento de las voces discrepantes: os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño", dijo Obama en su discurso inaugural. Los ayatolás replicaron diciendo que lo del presidente de Obama no era sino "la mano de Satán enfundada en un guante nuevo". "Ahora, el Gran Satán tiene un rostro negro", llegó a decir un portavoz de Jamenei.
Ese intercambio inicial marcó la pauta de lo que ha venido después. Una y otra vez, Obama ha tratado de "tender una mano'' a los gobernantes de Irán: mandó un mensaje de buena voluntad con motivo del Nowruz, el año nuevo persa, guardó silencio ante el fraude electoral de las presidenciales iraníes de junio... y siguió hablando de diálogo cuando el régimen islamista bañó en sangre las protestas contra el pucherazo; pues bien, Jamenei le ha acusado de insultar a la República Islámica "desde el primer momento" y ha rechazado en público las propuestas que aquél le ha hecho en privado; y ha afirmado que negociar con Estados Unidos sería "ingenuo y perverso''.
Teherán ha despachado con desprecio los plazos fijados por Washington para que diera cuenta de su programa nuclear. "[Pueden poner] tantos plazos como deseen, no nos importa", bramó Ahmadineyad ante sus partidarios en diciembre. ¿Y por qué les iba a importar, cuando sus reiterados incumplimientos no han tenido consecuencia alguna?
Durante un año, la Administración Obama hizo casi cualquier cosa para demostrar que la amenaza iraní se podía desactivar a base de paciencia y diálogo. Ese año, los déspotas de Teherán se dedicaron a seguir adelante con sus planes atómicos, despreciar el derecho internacional, perfeccionar un misil de 1.200 millas de alcance, llenar de armas y dinero a varios grupos terroristas y detener, torturas y ahorcar a disidentes.
Los apocalípticos gobernantes iraníes no han aflojado el puño, y ningún gesto de buena voluntad les convencerá de que se decidan a hacerlo. Puede que hace un año Obama no lo tuviera claro; ahora debería tenerlo todo el mundo.
Cuanto más cerca esté Teherán de poseer armas nucleares, más importante, crucial, será aislarlo y, finalmente, sustituirlo. No son sólo los halcones de derechas los que piensan así. En ensayo publicado recientemente en el New York Times, Alan J. Kuperman, director del Programa de Prevención de la Proliferación Nuclear de la Universidad de Texas y ex asesor congresistas de izquierdas tan señalados como Charles Schumer y Thomas Foley, instaba al lanzamiento de ataques aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes. Daniel Pipes, del Middle East Forum, ha urgido a Obama a ordenar esos ataques antes de que sea demasiado tarde; y observado que, según las encuestas, la mayoría de los estadounidenses es partidaria del empleo de la fuerza para impedir que Irán sea nuclear.
En las últimas semanas el Congreso ha aprobado la imposición de fuertes sanciones a Irán, entre las que se cuenta la suspensión de su acceso a las importaciones norteamericanas de combustible, algo ciertamente notable, dado que Teherán depende de la exportación de petróleo. En el Senado, esa medida obtuvo un resultado positivo de 421 a 12: pocas cosas hay en Washington que tengan un respaldo tan abrumador y bipartidista.
Puede que aún estemos a tiempo de neutralizar la amenaza de un Irán nuclear sin recurrir a la fuerza militar, pero nunca lo sabremos si el presidente no se deshace de su fantasiosa pasión por el diálogo. Millones de disidentes iraníes anhelan tener un Gobierno decente. Su causa se vería fabulosamente impulsada si recibieran el respaldo incondicional de la Administración Obama, concretado en sanciones muy duras.
Los mulás nunca van a aflojar el puño voluntariamente. La mayoría de los estadounidenses lo sabe: ya va siendo hora de que también lo sepa su presidente.
JEFF JACOBY, columnista de The Boston Globe.
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