La señora de Cospedal, adornada con un pañuelo palestino fashion, me recordó de golpe a Patricia Hearst. Aquella joven heredera de un emporio periodístico, perfectamente apolítica, que secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación, una de las bandas surgidas del alucine sesentero, se convirtió a la causa de sus captores y llegó a asaltar un banco. La foto de Hearst, ya rebautizada como Tania en honor a la compañera del Che y posando con un fusil AK-47 ante el psicodélico símbolo del grupo, ha quedado como plasmación gráfica de un enigma humano.
Un misterio similar al que, salvando las distancias siderales, nos propone la secretaria general del Partido Popular con su kefiya al cuello. Tan secuestrado tiene la izquierda el imaginario, que a la derecha le entra el síndrome de Estocolmo y se suma a él sin complejos y sin reflexión en muchos casos. Puro acto reflejo el de unirse a aquello que se ha instalado como convención: ante todo, no seamos diferentes. Un modus operandi que conduce a gestos casuales como el de Cospedal o deliberados, como la reprimenda del alcalde de Madrid a Israel en las páginas de El País.
La prenda representativa de ese terrorismo que ha perpetuado el drama palestino, se ha vuelto, en años recientes, un accesorio de moda. Así, se han popularizado versiones modernizadas de la kefiya que lucen los adolescentes y forman parte de un fenómeno de comercialización del "chic radical", como lo llamó Tom Wolfe hace décadas. En las pasarelas, como entre los artistas, se lleva –y puntúa– el "compromiso". Estar "comprometido", se entiende, con las causas que han obtenido el marchamo de políticamente correctas. Pocos se arriesgan a ir contracorriente.
No está el PP para correr riesgos de esa clase, desde luego. Por ello, se encuentra en una fase de intensas y súbitas conversiones, paralela a la que afecta al Partido Socialista. Ahora compiten ambos partidos por ser el que más y mejor defiende a los trabajadores. El PSOE lucha por mantener viva esa obsoleta retórica obrerista que le sirve para marcar identidad de "izquierdas". Y el PP la hace suya para diluir su identidad, en teoría, liberal-conservadora. Así, gane quien gane, siempre gana el imaginario de la izquierda. Y quienes lo administran: la gente suele preferir el original a la copia.
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