Difícil artículo, no en vano remar contra corriente siempre comporta grandes riesgos. Y sin embargo, ¡qué necesidad de poner la postilla a tanta adulación acrítica, a tanta elevación a los altares, aunque el santo en cuestión fuera un descreído impenitente! Hablo de José Saramago, cuya muerte se ha parecido más a un duelo nacional que a la triste pérdida de un escritor. Por supuesto, se trataba de un gran escritor, y personalmente llegué a amar tanto su obra, que incluso recorrí los paisajes portugueses de su bella novela Memorial del convento. Sin embargo, con Saramago me pasó lo mismo que con Cela, que amé su literatura tanto como desprecié su pensamiento, en ambos casos porque cuando dichos escritores se calzaban las botas de pensadores, no salían perlas de sus bocas. Cela era un machista maleducado, un grosero malhablado, un tipo desagradable, y, sin embargo, La familia de Pascual Duarte es un monumento literario.
Villatoro lo explicaba muy bien ayer en sus  "Trossos" del Avui: "Muchos escritores se han fascinado por formas de  pensamiento totalitario, y nadie les discute que sean grandes  escritores". Pero no son buenos pensadores. La cuestión es preguntarse  por qué Saramago, después de toda una vida defendiendo ideas extremas,  mantuvo intacto su prestigio como intelectual "comprometido".  ¿Comprometido con qué? ¿Con algunas de las ideas que destruyeron el  siglo XX? ¿Y si hubiera defendido al extremo de su propio extremo, el  fascismo? Entonces habría sido condenado al ostracismo, porque a la  extrema derecha se le niega, por suerte, el pan y la sal.
Los  intelectuales de extrema izquierda mantienen su prestigio ideológico  intacto, incluso después de que su propia ideología haya fracasado.  Disiento, pues, de tanto elogio desmesurado. Lamento la muerte del  escritor cuyas novelas me han hecho gozar tanto. Pero nunca pensé que  detrás del escritor hubiera un intelectual, sino que había un viejo  comunista aferrado a ideas sin futuro, tan obtuso en su pensamiento como  sutil en su literatura. ¡Viva, pues, la buena literatura, la única que  quedará (por suerte) tras la guillotina del tiempo!
Fuente:lavanguardia.es

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