Casa de Israel - בית ישראל


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No olvidamos las terribles persecuciones a las que fue sometido el pueblo judío a través de los siglos , que culminaron con la tragedia de La Shoá .
Queremos tambien poner en valor y reconocer la fundamental e imprescindible aportación de este pueblo y de la Instrucción de La Torá , en la creación de las bases sobre las que se sustenta la Civilización Occidental.

"... עמך עמי ואלהיך אלהי ..."

sábado, 26 de junio de 2010

Mi Plan de Paz: una victoria israelí - Daniel Pipes


Daniel Pipes

El Ministro de Defensa israelí Ehud Barak anunciaba este mes que Israel tiene que retirarse de los territorios palestinos. "El mundo no está dispuesto a aceptar -- y no vamos a cambiar eso en 2010 -- la perspectiva de que Israel gobierne a otro pueblo durante décadas más", decía. "Es algo que no existe en ninguna otra parte del mundo".

¿Está en lo cierto? ¿Es aún posible la paz? Y si es así, ¿qué forma debería tener un acuerdo final? Ésas son las preguntas que planteamos a los columnistas del National Post dentro de nuestra serie "¿Cómo es su Plan de Paz?"

Ehud Barak, ministro de defensa de Israel.

Mi plan de paz es sencillo: Israel derrota a sus enemigos.

La victoria engendra las circunstancias que conducen a la paz de forma única. Las guerras acaban, como confirma la historia, cuando una de las partes reconoce la derrota y la otra triunfa. Esto tiene sentido intuitivo, porque mientras ambas partes aspiran a alcanzar sus ambiciones, la lucha continúa o puede reanudarse potencialmente.

El objetivo de la victoria no es precisamente algo nuevo. Sun Tzu, el antiguo estratega chino, aconsejaba que en guerra "Que tu gran objetivo sea la victoria". Raimondo Montecuccoli, un austriaco del siglo XVII, decía que "el objetivo en guerra es la victoria". Carl von Clausewitz, un prusiano del siglo XIX, añadía que "La guerra es un acto de violencia destinado a obligar al enemigo a cumplir tu voluntad". Winston Churchill dijo al pueblo británico: "¿Preguntáis cuál es nuestro objetivo? Yo puedo responder con una palabra. La victoria - victoria - a cualquier coste, la victoria a pesar de todo el terror, la victoria a pesar de lo largo y duro que pueda ser el camino". Dwight D. Eisenhower observaba que "En guerra, la victoria no tiene sustitutos". Estas perlas procedentes de otros tiempos siguen teniendo validez, porque al margen de lo que cambien los arsenales, la naturaleza humana sigue siendo idéntica.

Victoria significa imponer la voluntad de uno al enemigo, obligándole a abandonar sus objetivos bélicos. Los alemanes, obligados a rendirse durante la Primera Guerra Mundial, conservaron el objetivo de dominar Europa y unos cuantos años más tarde recurrieron a Hitler como referente para alcanzar este objetivo. Los trozos de papel firmados sólo tienen validez se una de las partes se ha rendido: La guerra de Vietnam concluyó supuestamente a través de la diplomacia en 1973, pero ambas partes siguieron aspirando a sus objetivos de guerra hasta que el Norte se alzó con la victoria final en 1975.

La voluntad humana es la clave: derribar aviones, destruir tanques, agotar municiones, hacer retroceder tropas y capturar territorios no son decisivos en sí mismos sino que deben de acompañarse de un colapso psicológico. La derrota de Corea del Norte en 1953, la de Saddam Hussein en 1991 o la sunita iraquí de 2003 no se tradujeron en desprecio. A la inversa, los franceses abandonaron Argelia en 1962, a pesar de superar a sus enemigos en armamento y efectivos, igual que los americanos en Vietnam en 1975 o los soviéticos en Afganistán en 1989. La Guerra Fría acabó sin grandes bajas. En todos los casos, los perdedores conservaron enormes arsenales, ejércitos y economías en funcionamiento. Pero se les acabó la voluntad.

De igual manera, el conflicto árabe israelí se resolverá cuando alguna de las partes abandone.

Hasta la fecha, una ronda de hostilidades tras otra, ambas partes han mantenido sus objetivos. Israel lucha por alcanzar la aceptación de sus enemigos, mientras esos enemigos luchan por eliminar a Israel. Estos objetivos son claros, perennes y mutuamente excluyentes. La aceptación de la existencia de Israel o su eliminación son los dos únicos estados de la paz. Cada observador debe optar por una solución o por la otra. La persona civilizada querrá que Israel gane, porque su objetivo es defensivo, proteger un país floreciente y existente. El objetivo de aniquilación que tienen sus enemigos es barbarismo puro.

Durante casi 60 años, los árabes que rechazan la existencia de Israel, con el respaldo ahora de sus homólogos iraníes y la izquierda, han intentado eliminar a Israel a través de múltiples estrategias: trabajan para socavar su legitimidad intelectualmente, desbordarlo demográficamente, aislarlo económicamente, contener sus defensas diplomáticamente, luchar de forma convencional, desmoralizarlo con el terror y amenazar con borrarlo del mapa con armamento de destrucción masiva. Mientras los enemigos de Israel han perseguido sus objetivos con energía y voluntad, han contado escasos éxitos.

Irónicamente, los israelíes respondieron a lo largo del tiempo al asalto incesante contra su país perdiendo de vista la necesidad de ganar. La derecha desarrolló los sistemas para refinar la victoria, el centro experimentó con el apaciguamiento y el unilateralismo, y la izquierda se volcó en la culpa y la autorrecriminación. Poquísimos israelíes entienden la cuestión abierta de la victoria, de aplastar la voluntad del enemigo y obligarle a aceptar la permanencia del estado judío.

Afortunadamente para Israel, basta con derrotar a los palestinos, y no a toda la población árabe o musulmana, que finalmente seguirá el ejemplo palestino de aceptar a Israel. Afortunadamente también, aunque los palestinos se han construido una reputación formidable de resistencia, pueden ser derrotados. Si los alemanes y los japoneses pudieron ser obligados a rendirse en 1945 y los americanos en 1975, ¿cómo pueden los palestinos quedar exentos de la derrota?

El Consejo de Seguridad, un factor que prolonga el conflicto árabe-israelí.

Por supuesto, Israel se enfrenta a obstáculos en la consecución de la victoria. El país se encuentra limitado en general por las expectativas internacionales (del Consejo de Seguridad, por ejemplo) y específicamente, por las políticas de su principal aliado, el gobierno estadounidense. Por tanto, si Jerusalén ha de ganar, eso empieza por un cambio de política en Estados Unidos y los demás países occidentales. Los gobiernos deberían instar a Israel a buscar la victoria convenciendo a los palestinos de que han perdido.

Esto significa deshacer la percepción de debilidad de Israel que prosperó durante el proceso de Oslo (1993-2000) y tras las retiradas gemelas del Líbano y Gaza (2.000-05). Jerusalén parecía recuperar el rumbo durante los tres primeros años de Ariel Sharon como primer ministro, 2001-03 y su postura firme supuso entonces un verdadero progreso en el esfuerzo bélico de Israel. Sólo cuando se hizo evidente a finales de 2004 que Sharon realmente tenía intención de retirarse unilateralmente de Gaza reanimó el ánimo palestino e Israel dejó de ganar. La debilitante primera cartera de Ehud Olmert sólo ha sido solucionada en parte por Binyamin Netanyahu durante el último año.

Irónicamente, una victoria israelí traería beneficios aún mayores a los palestinos que a Israel. Los israelíes se beneficiarían de deshacerse de una guerra atávica, sin duda, pero su país es una sociedad moderna y vibrante. Para los palestinos, por el contrario, abandonar el sueño fétido de eliminar a su vecino les ofrecería por fin la oportunidad de ocuparse de sus asuntos espurios, desarrollar su sistema de gobierno muy deficiente, su economía, su sociedad y su cultura.

Así, mi plan de paz pone fin a la guerra y trae beneficios únicos a todos los directamente involucrados al mismo tiempo.

Fuente: El diario Exterior

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