Sin embargo, en el transcurso de los dos últimos años, el observador informado de los avatares encadenados que se han dado cita en el escenario del Oriente Próximo y Medio, no ha podido hacer menos que detectar una novedad de envergadura al menos desde la percepción valorativa de quien suscribe estas reflexiones.
Esa novedad se llama Turquía. No es novedad alguna, ciertamente, que la colocación geográfica al noroeste del Oriente Próximo-Medio la convierte, junto con Irán -al suroeste del Área geográfica en cuestión- en una potencia regional de filiación religiosa musulmana (sunní), como también lo es Irán (chií), aunque ninguna de las dos sean propiamente árabes.
Los diferentes regímenes políticos de Turquía desde 1954 han sido proclives a suscribir la orientación exterior Estados Unidos en el Área medio-oriental. En 2002, sin embargo, el agotamiento del sistema político pluripartidista en vigor desde el final de la segunda guerra mundial, condujo a que en las elecciones generales de entonces, el partido musulmán AKP (para la Justicia y la Democracia) saliera victorioso en los comicios.
Primero como presidente de la República, y en la actualidad en su rôle de primer ministro, Recep Taïeb Erdogan ha impreso un “distanciamiento calculado” a la política exterior de Turquía en dos frentes complementarios.
Con respecto a los Estados Unidos, en tanto en cuanto el Parlamento de la nación rechazó la propuesta de cooperación militar estadounidense para hacer uso de la estratégica base aérea de Incirlik en la guerra contra Iraq.
Desde aquel momento, y paralelamente, el gobierno de Ankara había ido enfriando las relaciones con Israel, cuando Ariel Sharon logró muñir la coalición de centro que fue reconocida con el nombre de Kadima. No más caluroso ha sido el partenariado turco-israelí cuando se ha configurado en Israel otra coalición de signo más duro, presidida por Benjamín Netanyahu, cuya bête noire, y la de su ministro Lieberman, ha pasado a ser Hamás. Hamás, de fuerte implantación en Gaza, ha hecho de este territorio ocupado, un punto experimental de acción violenta en medio de las causas e intereses encontrados en Oriente Medio-Proximo desde hace cuarenta y tres años, si sólo contamos a partir de la guerra de los Seis Días.
Desde el momento en que la flotilla que zarpó desde Chipre con material de socorro para ser proporcionado a la población de Gaza contaba con financiación y beneplácito turcos, Taïeb Erdogan y su ministro de Exteriores, Ahmed Davutoglu, han hecho saber a la ONU, a la Casa Blanca americana y al Cuarteto europeo, que el distanciamiento entre Turquía e Israel va camino, ahora, de la ruptura entre ambos gobiernos.
Ésta es, en síntesis, la novedad que, en nuestra revisión del oneroso episodio de la flotilla de activistas pro-Gaza -detenida sin escrúpulos de ningún género por los comandos israelíes-, ofrece en su desarrollo de rapprochements y divorcios diplomáticos.
Israel tenía garantizada la enemistad del régimen de los Ayatollah en Irán, pero por si no le bastara, es ahora Turquía el otro vecino musulmán (aunque no de filiación etno-cultural árabe), quien ha mostrado de inmediato su condena del ataque (¿defensivo?) por parte del ejército de Israel a la flotilla de activistas pro-palestinos que había surcado las aguas que separan a Chipre del litoral del sur de Israel, y en el territorio ocupado de Gaza.
Turquía parece haber encontrado la ocasión propicia, no sólo para marcar distancias con Israel, sino, sobre todo, para transmitirle a Obama la escasa inclinación de Ankara a pronunciarse adversa a los árabes de Palestina, Líbano, Siria e Iraq. Y, por si ello no bastara, su comprensión hacia la política anti-sionista del iraní Ahmadineyad. ¡Ah, de aquella hoja de ruta y de aquella otra alianza de civilizaciones, hoy tan maltrechas!
Fuente :elimparcial.es
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