¿Quién puede querer a una Turquía así en Europa? ¿Estamos perdiendo un valiosísimo aliado o nos hemos librado de introducir en Europa una bomba de relojería islámica?
Está por descubrirse algún idílico rincón del mundo que no sea estratégico al menos para un vecino, pero Turquía lo es para medio mundo. Fue durante siglos un imperio dinástico e islámico, pero no islamista ni turco en un sentido nacional. Su gran revolución fue pasar del imperio otomano a la nación turca, habiéndose desprendido, por las malas, de gran parte de sus elementos multinacionales. Ahora se habla de neootomanismo. No se trata, por supuesto, de reconstruir el sultanato tricontinental, pero sí de extender su influencia en todas direcciones. Es de suponer que otros muchos, en sus circunstancias, también lo harían. Su posición geográfica viene potenciada por su crecimiento demográfico y económico y por el más poderoso ejército de la zona. Sus afinidades religiosas prolongan su sombra sobre el Oriente Medio y en lo que respecta al Asia Central se ven reforzadas por las étnicas. Los vecinos Azeris, los turkmenos, los kazajos, los kirguises, diversas minorías rusas hasta llegar a los Yakutos en la Siberia centro oriental, son todos pueblos de estirpe turca. Y con su pequeño pie en Europa, con ceja en su intento de ser admitido en la Unión Europea.
Tener a un país así como aliado es interesante para cualquiera y la potencia mundial y sus amigos europeos lo tenemos en cuanto miembros de la Alianza Atlántica y su organización, la OTAN. Israel, bilateralmente, también ha mantenido relaciones privilegiadas, sobre todo militares, con Ankara. Sin embargo, la Unión Europea lleva cuarenta años tratando de mantener al aspirante a la distancia de un brazo o algo más. Convenios sí, pero la integración ha sido siempre aplazada a que la evolución política interna hiciera al país más compatible con el club en el que quería ser admitidos.
El trágico incidente de la flotilla que pretendía violar el bloqueo de la costa de Gaza parece haberlo puesto todo en solfa, de la madrugada a la mañana. ¿Ha perdido Israel a Turquía y nos la ha hecho perder a todos? Parte de las múltiples interpretaciones de lo sucedido así lo afirman. Pero no tan deprisa. Dos disputan no si uno no quiere y una relación no puede mantenerse sobre concesiones vitales de un solo costado. La flotilla era una provocación y un acto de propaganda e igual le daba atracar en Gaza que sufrir un poco de martirio. Su cálculo, impecable, era que de las dos formas ganaba. Cualquier gobierno debe subirse por las paredes si le matan a civiles de su nacionalidad. Pero el gobierno turco conocía perfectamente los términos del desafío y lo jugó a fondo. Los turcos se han echado a la calle, rebosantes de indignación, mordiendo el anzuelo o más bien tragándose un cebo que apetecían. Pero es su gobierno el que ha jugado con las vidas de sus ciudadanos. Los israelíes han picado, pero lo tenían muy difícil. Si para los entrometidos se trataba de ganar o ganar, para ellos era perder o perder.
Dada la campaña de tergiversaciones, quizás todavía no esté de más recordar que el bloqueo en situaciones de guerra es un acto legal y unilateral, no necesita el permiso de nadie, y los no beligerantes están obligados a respetarlo a riesgo de convertirse en parte del conflicto. Y, por supuesto, se ejerce en alta mar. Hablar de piratería es una broma sectaria y los vídeos e infinidad de testimonios, incluidos los previos acerca de las intenciones, no dejan lugar a dudas sobre quién agredió a quien. Conviene también recordar que así como hay embargos sin bloqueo (el de Estados Unidos respecto a Cuba, que no afecta a terceros), el de Gaza es un bloqueo sin embargo. Una vez controlada, toda la ayuda humanitaria que no sea de doble uso entra en el territorio.
Es una verdadera pena perder a Turquía –creará enormes problemas–, pero Turquía lleva perdiéndose para Occidente desde que el partido islámico y cada vez más islamista AKP o Partido del Desarrollo y la Justicia llegó al poder a finales del 2002. Los analistas no han dejado de preguntarse en qué medida era más islamista que islámico. Nunca ha habido acuerdo entre los conocedores del país. A sus líderes les gusta la comparación con la democracia cristiana occidental. Ellos serían el equivalente, una democracia islámica cuyos credenciales como partidarios de un estado de derecho nadie podría poner en duda. Pero en la oposición, su líder Erdogan, había dado muestras del carácter radical de sus convicciones religiosas.
Es su momento le costó una condena y decidió dotar a su partido de un rostro menos amenazador. ¿Rostro o careta? Lo que parece es que se la ha ido quitando poco a poco y la pataleta con Israel ha sido muy cuidadosamente seleccionada. Además ha provocado en el interior una puja nacionalista en la que partidos laicos de impecable tradición secular kemalista se han puesto también a competir en esa misma dirección. ¿Quién puede querer a una Turquía así en Europa? ¿Estamos perdiendo un valiosísimo aliado o nos hemos librado de introducir en Europa una bomba de relojería islámica? Obama ha echado el resto para calmar a Erdogan, porque sin Turquía a su lado, no digamos en contra, el mundo se vuelva mucho más complicado de lo que ya es: ¿pero de verdad es sólo una cuestión de paños calientes? Por no hablar, de momento, del siempre fluctuante, y casi nunca para bien, Oriente Medio.
El incidente de la flotilla más que crear nuevas realidades las ha destapado. Los que las organizaron, iban a por ellas.
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