DANIEL IRIARTE desde Estambul
Cuando José Luis Rodríguez Zapatero eligió a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogán, como compañero en la Alianza de Civilizaciones, parecía, probablemente, la opción más lógica: Turquía es el país más moderno de Oriente Próximo, con una economía en expansión y una gran capacidad de mediación diplomática.
El gobierno español sigue defendiendo esa postura. «Turquía tiene una gran capacidad para resolver crisis y facilitar entendimientos. Creo que esa es la gran fuerza de este país, y no existe contradicción entre esto y la candidatura a la UE, puesto que ampliaría esa capacidad de influencia positiva de Europa en la zona», comentaba el ministro español de asuntos exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en declaraciones a ABC en el marco de la Conferencia de la ONU sobre Somalia, que tuvo lugar en Estambul. «Es similar a lo que ocurrió cuando España entró en la Comunidad Europea, que aportamos nuestra relación con América Latina y el Mediterráneo», aseguraba Moratinos.
El Ministerio de Exteriores turco define oficialmente su política como «neo-otomana», un intento de recuperar la influencia de Turquía en el antiguo espacio imperial. «El kemalismo siempre ha visto el legado otomano como un lastre para la modernización, pero el AKP ha optado por un enfoque más positivo hacia este pasado, reproduciendo el rol de arbitraje turco en la región», asegura Dimitris Rapidis, analista del Centro de Tendencias Políticas Globales en Estambul.
Pero los acontecimientos del último año hacen temer que esa estrategia sea más bien «neo-islámica», como la llaman sus críticos, puesto que ha potenciado un acercamiento a países musulmanes como Irán o Sudán, que nunca formaron parte del Imperio Otomano, mientras que ignora a otros como Serbia, que lo fueron más de tres siglos. Las desafortunadas intervenciones de Erdogán también apuntan en esa dirección.
«Los musulmanes no cometen genocidio», aseguró el pasado noviembre, saliendo en defensa del presidente sudanés Omar Al-Bashir, acusado en el Tribunal de La Haya. Era su respuesta a los que le acusaban de doble rasero y de no mostrar la misma sensibilidad hacia Darfur que hacia Gaza.
Difícil posición de Obama
Más conocidas son sus posiciones críticas contra Israel, país al que el pasado abril calificó de «la principal amenaza para la paz en la región». El viernes, Erdogán declaró que no consideraba a Hamás un grupo terrorista, sino «una organización que lucha por su tierra».
Igualmente ha inquietado la firma de un acuerdo para enriquecer uranio iraní en suelo turco, que tuvo lugar en Teherán el pasado mayo, con apoyo de Brasil. El enfrentamiento con Israel también pone en apuros a la Administración Obama que intentaba sacar adelante una negociación entre Tel Aviv y la Autoridad Palestina. Dado que Estados Unidos parecía comprometido con la solución de los dos estados, Israel ha encontrado en la flotilla la excusa perfecta para hacer naufragar unas conversaciones de paz en las que hubiera enfrentado una enorme presión internacional.
Aunque las relaciones con EE.UU. se resintieron cuando Turquía -país miembro de la OTAN desde 1952- se negó a permitir el paso por suelo a las tropas norteamericanas antes de la invasión de Irak, en 2003, Ankara sigue siendo el otro gran aliado estadounidense en la zona. Al menos hasta ahora.
La estrategia turca de los últimos años ha sido la de presentarse como la gran mediadora entre Oriente y Occidente. Ha estado cerca de conseguirlo. Estos días, Erdogán, el socio de Zapatero, se ha convertido en el héroe de los países musulmanes, pero ha logrado que Occidente vuelva a mirarle con suspicacia.
Fuente:abc.es
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