El terrorismo palestino despertó una extendida simpatía en Occidente, en gran medida gracias al apoyo del aparato comunista: sus exigencias se presentaban como una cuestión de justicia, y sus métodos como producto inevitable de la inmensa opresión sufrida
Los poderes árabes nunca han ocultado su intención de destruir el Estado de Israel y echar a los judíos al mar. Sus intenciones las han demostrado una y otra vez, mediante, entre otras cosas, un terrorismo indiscriminado que no perdonaba a los niños. Durante decenios, los logros del Estado israelí suscitaron considerable admiración en Europa, incluida España, desde luego, pero ese ambiente cambió desde mediados de los años sesenta, y el modo como se produjo tal cambio merece atención: fue a raíz de los grandes atentados, secuestros de aviones, etc., de Al Fatah y grupos similares. El terrorismo es fundamentalmente propaganda mediante la sangre, y los líderes de Al Fatah y grupos más o menos similares no se recataban en felicitarse cuando, gracias a los atentados y su repercusión internacional, conseguían trasladar a la opinión mundial el "conocimiento" de la situación del pueblo palestino expulsado de sus hogares, y sus reivindicaciones, nunca muy especificadas pero que en definitiva consistían en la aniquilación del Estado israelí. De la situación de los palestinos ocultaban que una parte considerable de ellos seguía viviendo en Israel, con muchos más derechos y prosperidad que los exiliados; y que estos, en lugar de serles facilitada la integración en los países del entorno, eran mantenidos en campos de refugiados que vivían de la ayuda internacional, con la esperanza de volver alguna vez y expulsar a los judíos. En cuanto a los exiliados, una parte lo fue por expulsiones deliberadas producto de la guerra de 1948, y otra parte por las promesas de sus líderes de una pronta vuelta al lado de los ejércitos árabes para acabar de una vez con Israel.
Sería un error creer que los métodos terroristas desacreditan a quienes los emplean. Por el contrario, han demostrado una extraordinaria eficacia en muchas ocasiones, y en España tenemos el caso paradigmático de la ETA. Así, el terrorismo palestino despertó una extendida simpatía en Occidente, en gran medida gracias al apoyo del aparato propagandístico comunista: sus exigencias se presentaban como una cuestión de justicia, y sus métodos como producto inevitable de la inmensa opresión sufrida.
Los poderes terroristas palestinos, parte de los cuales adoptó la ideología marxista-leninista, formaron en Líbano y Jordania verdaderos Estados dentro del Estado, hasta el punto de que estuvieron cerca de derrocar al régimen hachemita. A ese peligro, el rey Husein de Jordania respondió con una brutal e indiscriminada matanza de palestinos, conocida como "el septiembre negro". La matanza, de haberla cometido Israel, habría levantado un eco inextinguible de odio y condena, pero al ser realizada por un régimen árabe –en legítima, pero desmesurada, defensa–, apenas es recordada. En Líbano, el problema fue mayor: un Estado casi permanente de guerra civil durante largos años, la ruina de uno de los países más prósperos de la zona, y ataques de Siria e Israel.
El problema pareció solucionarse con el reconocimiento mutuo del Estado israelí y uno palestino en Gaza y Cisjordania: vana ilusión. Las corruptas y a menudo terroristas autoridades palestinas se las han arreglado para echar por tierra una y otra vez todos los avances. Y tal es la estancada situación hoy día, nacida del hecho de que las potencias árabes y las autoridades palestinas persisten en su aspiración a una revancha general que llevarían con la mayor probabilidad a un segundo Holocausto.
Con el tiempo, los políticos palestinos han derivado de su tendencia laicista y simpatizante con los movimientos comunistas, a un mayor integrismo islámico y difusión de la propaganda hitleriana. A sus simpatizantes en Europa –simpatizantes de un segundo Holocausto, aunque muchos no sean del todo conscientes de ello y otros lo nieguen con perfecta hipocresía–, les da igual: Israel es la única democracia y país pro occidental en la zona, y sólo ello concita todos sus odios. Porque no debe olvidarse que esas actitudes y retóricas justificativas provienen de los ambientes creados en la guerra fría por la propaganda soviética, muy vivos todavía bajo disfraces diversos, pese a la caída del Muro de Berlín.
Fuente:libertaddigital.com
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